El capote del apóstol Pablo (2)

Confianza

Este cúmulo de circunstancias hubiera sido considerado como una desgracia para un hombre que no hubiese sido Pablo. Pero su felicidad no dependía de sus vínculos con los creyentes, por mucho aprecio que les tuviese; tampoco dependía de su obra o de su servicio, aunque ambos hayan sido ciertamente para gozo y refrigerio suyo. La felicidad del apóstol radicaba fuera de estas cosas, estaba en las manos de Aquel en quien no hay cambio ni sombra de variación. Estaba persuadido, completamente seguro de que su Dios era “poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). Iba adelantando, con los ojos siempre fijos en la meta. El Señor y las cosas celestiales llenaban su corazón y resplandecían con un brillo cada vez mayor a medida que él iba llegando al final de su vida terrenal. Por eso, deseaba disfrutar de los libros y pergaminos que había dejado en casa de Carpo, en Troas. Ignoramos el contenido de dichos libros. ¿Eran copias de sus epístolas? No lo sabemos, pero no nos equivocaremos mucho suponiendo que estos papeles guardaban relación con los estudios del apóstol sobre la Palabra.

“No améis al mundo…”

El capote y los libros del enviado de Cristo encierran un mensaje claro para nuestra época. ¿No hay acaso, en medio de los creyentes, mucha mundanalidad y búsqueda de los bienes terrenales, a pesar de que se reúnen domingo tras domingo a la Mesa del Señor, que profesan pertenecer a Jesús, considerar este mundo cual un desierto, y esperar el regreso de su Dios y Salvador? Desgraciadamente la vida práctica en el hogar y fuera del mismo contradice a menudo dicha profesión de fe. Tal vez no son grandes pecados los que corroen y destruyen la vida interior; lo que hoy contrista y apaga tan a menudo el Espíritu Santo es el espíritu mundano y “carnal” en sus diversas manifestaciones.

¡Cuantos hijos de Dios andan agobiados y descontentos porque no logran llevar a cabo sus deseos materiales! Dicen que otros tienen éxito y que ellos nunca tienen suerte. Son palabras que se oyen muy a menudo, el descontento se ha apoderado del corazón. ¡La envidia y la discordia han penetrado hasta en los hogares de los que son santos extranjeros y peregrinos!

Otros se quejan de que no pueden amueblar sus casas o vestir como quisieran para no ser menos que los demás. ¡Cuántas cosas inútiles se procuran con el dinero ganado a duras penas, o incluso adquiridas a plazos por afán de vanidad! En los negocios, la gente se afana para aumentar su fortuna a semejanza de los que no conocen a Dios y piensan “que sus casas serán eternas, y sus habitaciones para generación y generación” (Salmo 49:11). ¿Cuántas empleados de amos creyentes no sufren bajo opresión de subjefes, en vez de que estos les sirvieran de modelo? Cuantas riñas y altercados entre creyentes y gentes del mundo e incluso entre hermanos. ¿Cuántos procesos no han sido suspendidos únicamente tras las serias advertencias y exhortaciones de otros creyentes que se vieron obligados a intervenir? Por desgracia, el estado actual de muchos creyentes no corresponde al cuadro que nos traza la Palabra de Dios, de cómo tienen que ser sus hijos. Quiera el Señor abrir los ojos de todos y despertar seriamente nuestras conciencias.

Contradicciones

Es evidente que el continuo esfuerzo para aumentar su bienestar material está en contradicción con lo que representa el capote del apóstol Pablo y especialmente con los métodos empleados para alcanzar el fin propuesto. Dicha tendencia va muchas veces unida a un ambiente mundano en el hogar, y la educación de los hijos se lleva a cabo en contra de lo que enseña la Palabra de Dios. En vez de orientar el espíritu de la juventud hacia las cosas eternas, despertando en sus corazones el anhelo de llevar primeramente una vida que honre al Señor, hablan y actúan como si la fortuna y el éxito de este mundo fuesen lo más importante y lo más codiciable. A menudo parece que quieren evitar que sus hijos hagan la experiencia de que “el justo vivirá por la fe”. ¡Qué locura!

En semejantes circunstancia, las relaciones públicas, la familia, el aceptar un trabajo o los estudios se transforman en ocasiones de deshonrar el nombre del Señor y de tener una mala conciencia. Ciertamente, el capote del apóstol, su traje de peregrino arroja sobre todo esto una luz maravillosa y nos humilla profundamente. No olvidemos que somos y hemos de obrar como hombres de Dios en este mundo: “Más tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla, echa mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:11-12). Es preciso tener una fidelidad santa y un corazón decidido. Un espíritu dividido entre lo terrenal y lo celestial, así como la tibieza espiritual, son cosas abominables a los ojos de Dios. ¡Huye… sigue… pelea… echa mano de…! Estas palabras no toleran la menor dejadez, ni siquiera una tendencia o inclinación hacia el mundo.