Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos
(2 Timoteo 4:13).
Tal era la última recomendación que el gran apóstol Pablo hacía, a su hijo Timoteo acerca de sus circunstancias personales. Son apenas unas cuantas palabras, que carecen de importancia, al parecer, pero si nos han sido dadas, es con un propósito definido, por más que la teología moderna declare que es imposible considerar semejantes palabras como siendo inspiradas y dadas por Dios. Para el creyente sencillo, bien vale la pena detenerse y considerar semejantes expresiones que parecen haber tenido valor solo en aquel entonces y buscar el significado de estas, para un mismo y para la época actual. A menudo cobran un significado completamente inesperado, una profundidad y una plenitud que demuestran el valor de tales palabras para todos los tiempos.
Para el autor de estas líneas ocurre lo mismo con el pasaje que acaba de citar; piensa incluso que el capote y los libros del apóstol Pablo pueden darnos muchas enseñanzas útiles para el día de hoy.
Circunstancias del apóstol
Echemos primero una mirada sobre las circunstancias en que se encontraba este fiel siervo de Dios y sobre el estado general de la obra del Señor en aquellos tiempos. Tanto el camino como el servicio de este “vaso elegido” —llamado por el Señor de modo tan notable “para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 9:15)— tocaban a su fin. Leyendo la segunda epístola a Timoteo, nos llama la atención esa solemne seriedad que parece emanar del apóstol. Comprobaba en su propia carne que el siervo no es mayor que su Señor, y era tratado como las “heces” del mundo. Pero, pronto había de dejar esta tierra para ir a estar eternamente con Jesús en el paraíso de Dios. Su espíritu, pues, estaba lleno del “reino celestial” donde le estaba reservada la corona de justicia, tan pronto como hubiese acabado la lucha, la “buena batalla”.
Pablo se encontraba solo. Este hombre que fue tan estimado y considerado, que se había sentado a los pies de Gamaliel (lo cual era un privilegio especial); este hombre que tenía de que confiar en la carne más que cualquier otro, había renunciado a todo a causa de la excelencia de Jesucristo y había tenido todas las cosas por basura (Filipenses 3:8). Se había empobrecido en cuanto a todo lo que este mundo consideraba como “bienes”; había padecido hambre y sed, frío y desnudez, vergüenza y persecución, por seguir a su Señor; y ahora, al término de su carrera, en los umbrales de su patria, volvemos a encontrarle sumido en la pobreza. El hecho de que pidiera su capote y rogara a Timoteo que viniese antes del invierno, nos deja suponer la estrechez en que vivía Pablo.
Sin embargo, pese a su triste condición, ninguna palabra de descontento escapaba de su pluma; lo que le acontecía no tenía nada que le fuese desconocido. Nunca había pensado hallar una posición agradable en esta tierra. Al final de su primera carta, escrita poco antes de la segunda. Dice: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:6-8). No solo había exhortado y enseñado a los demás, sino que, como verdadero modelo para el rebaño de Cristo, había vivido lo que predicaba. No deseaba el menor cambio en su condición material; se limitó a mencionar el capote, los libros y los pergaminos; aquí terminan sus deseos personales.
Ignoramos si Timoteo cumplió el encargo de su querido padre en Cristo; en cualquier caso, el legado material del gran apóstol de los gentiles se habrá limitado a esos pocos objetos. Como aconteció con el Señor, el mundo no tuvo mucho que repartirse después de su muerte.
“Buscad las cosas de arriba…”
El capote de Pablo, su vestido de peregrino ¿No nos recuerda también las palabras de él mismo? “Buscad las cosas de arriba, donde esta Cristo sentado… poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:1). El Señor no tuvo a bien el librar a su mensajero de la cárcel, como lo hizo anteriormente con Pedro, o proporcionarle algún refrigerio por medio de los creyentes, como se lo otorgó varias veces; pero le demostró que “mejor es tu misericordia que la vida” (Salmo 63:3). Mientras que todos le abandonaban, el Señor estuvo con Pablo y le libró de la boca del león.
En aquel entonces algunos creyentes no estaban de acuerdo con el apóstol en cuanto a las cosas terrenales. Para muchos, la senda de este siervo del Señor era demasiado estrecha; hubieran querido hacerla más ancha y cómoda. También había los que querían enriquecerse en este mundo. Tal como se desprende de las palabras del apóstol, “se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:10). Al andar por el camino estrecho, Pablo fue preservado de ello. Anteriormente, Demas había sido también un colaborador del apóstol, pero, amando más este siglo presente, abandonó a Pablo. Todos los que estaban en Asía se apartaron de él. Nada había en este fiel siervo de Jesucristo que pudiese atraer los sentimientos naturales o que fuese agradable a la “vieja naturaleza”, en cambio un cristianismo que se haya despojado de su traje de peregrino celestial aparecerá mucho más agradable y deseable para el hombre natural.