Las lenguas

El don de lenguas fue dado a algunos creyentes en la Iglesia primitiva. Era un don de señal para autenticar el carácter divino del mensaje evangélico. El ejercicio de ese don constituía un espectáculo. Atraía mucho la atención del público. Era el don más codiciado entre todos por la administración de que era objeto el que lo poseía. En la iglesia de Corinto este don causó rencillas entre los hermanos, pues los que poseían el don llegaron a tal extremo de orgullo que despreciaban a los demás, y los que no poseían el don envidiaban tanto a los que lo poseían que rallaban en odio hacia ellos. Un don del Espíritu vino a ser causa de contiendas y odios entre los hermanos. En el pensamiento de Dios estaba que el don cesaría de operar en la Iglesia (1 Corintios 13:8) por esta causa. Sería motivo de contiendas y rencillas entre los cristianos.

Podemos ver el orgullo sectario de ciertos hermanos en el gesto de desprecio con que miran a los demás creyentes y el trato despectivo de palabras que les dan, porque según ellos son más espirituales, pues ellos hablan en lenguas y los demás no.

Gracias al Señor, el nos ha dejado su Palabra, donde todo esta previsto y por la cual podemos guiarnos. Leyendo el capítulo 12 de la primera epístola a los Corintios, vemos al apóstol corrigiendo el mal a que había dado origen la posesión del don de lenguas. Bajo el símil del cuerpo humano, él dice a los que se sentían humillados por no tener ese don y a los que despreciaban a los demás porque lo poseían: “Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? (1 Corintios 12:15-17).

Sigue el apóstol diciendo, para corregir ese “orgullo espiritual”: “Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a estos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro” etc. (1 Corintios 12:21-23). La gloria de un don en un hermano debía ser la gloria para todos (v. 26). No debía el que tenía un don usurpar la gloria para él solo, ni que el poseía el don envidiar aquella gloria, pues era de todos por igual, pues todos son miembros del cuerpo de Cristo.

El versículo 28 lee: “Y a unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros… los que tienen don de lenguas”. En los versículos 29 y 30 pregunta si todos tienen el mismo don.

Quiero unir dos versículos, el 24 y el 31. Hay tres puntos esenciales en estos dos versículos. Ellos son:

  1. Dios dio honor más abundante al que le faltaba.
  2. Hay dones mejores, los cuales debemos procurar.
  3. Hay un camino más excelente.

En orden sucesivo sacamos tres conclusiones de estos tres puntos.

  1. Los que no poseían dones espectaculares como el don de lenguas tenían dones mejores que ese, “más abundante honor”, como hay creyentes que tienen mejor carácter cristiano, viven vidas y rinden un servicio práctico más para la gloria del Señor que aquellos que hablan lenguas.
  2. El don de lenguas con su correspondiente de interpretación ocupa siempre el último lugar donde quiera que se menciona. Véase 1 Corintios 12:10,28. Los dones son dados allí en orden de importancia y el de lenguas es inferior a todos los demás. En el versículo 5 del capítulo 14 dice el apóstol: “Quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizáis; porque que mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas”. La profecía aquí no quiere decir predicción del futuro, sino predicación conforme al conocimiento derivado de la Palabra (1 Corintios 14:3). En el versículo 4 dice que el que habla lenguas, a sí mismo se edifica; mas el que profetiza, edifica la iglesia. Los mejores dones que se dicen en 1 Corintios 12:31 o los dones espirituales en 14:1, con recomendación especial de que sobre todo se profetice, son los registrados en Romanos 12:4-8 y en Efesios 4:11-12. Los dones milagrosos o de señales están omitidos aquí.
  3. El camino más excelente es el del amor. Nótese especialmente los versículos 1 y 2 de primera Corintios 13. Fue necesario hablarles del amor a los Corintios, porque el deseo de poseer dones y con especialidad el don de lenguas, al fin y al cabo para su gloria personal y no para la gloria del Señor, les había hecho olvidar que los dones cesarían, mas el amor permanece para siempre (v. 8).

 

Los dones milagrosos fueron necesarios al principio de la Iglesia, pero una vez establecido el cristianismo en el mundo, cesaron. La Iglesia tuvo su niñez, y estos dones milagrosos pertenecían a la niñez de la Iglesia. A estos se refiere el apóstol cuando dice: “Mas cuando venga lo perfecto, (la madurez de la Iglesia) entonces lo que es en parte se acabará (aquellas manifestaciones milagrosas necesarias en la niñez de la Iglesia). Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:10-11).

Las tres virtudes o poderes permanentes del cristianismo son la fe, la esperanza y el amor, y aun dos de estas cesarán cuando la Iglesia sea trasladada al cielo. Solo el amor permanece por toda la eternidad (v. 13).

Los dones milagrosos fueron necesarios para nutrir el cuerpo (la Iglesia) en su infancia, pero éste está ya en su edad madura (hombre hecho, 1 Corintios 13:11), necesitando ahora lo que es necesario a un cuerpo desarrollado. La necesidad del cuerpo ahora, la suplen los tres dones que operaran hasta que el cuerpo llegue a “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). Los apóstoles y profetas (profetas del Nuevo Testamento), también fueron necesarios durante la infancia del cuerpo. Ellos fueron únicos en su ministerio, no dejando sucesión, pues, solo ellos fueron testigos de la resurrección del Señor (Hechos 1:22; 1 Corintios 9:11; 15:8-9). Podemos, no obstante, decir que, aunque no tenemos a los apóstoles personalmente, los tenemos por medio de sus escritos (1 Juan 1:1-3). Los profetas fueron siervos de Dios en la Iglesia primitiva, quienes recibieron el don de predecir el futuro cuando todavía no estaba escrito el Nuevo Testamento. Una vez completada la revelación divina, ya no necesitamos las predicciones.

El cuerpo, o la Iglesia, llegará a su plenitud o pleno desarrollo, cuando sea completada (el último miembro añadido) y sea trasladada al cielo. Hasta entonces necesitaremos evangelistas, pastores y maestros, que son los dones permanentes, para la perfección y edificación espiritual de sus miembros. Cristo y la Iglesia, la cabeza y el cuerpo, constituyen un “varón perfecto”.

Nótese lo que sigue: “Para que ya no seamos niños fluctuantes… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento (desarrollo) para ir edificándose en amor” (Efesios 4:14-16).

La palabra perfecto, o perfección, en estos pasajes, significan plena edad, madurez o edad viril; la expresión “varón perfecto” significa “hombre hecho” u “hombre completo”. Especialmente interpretado, contrastan la niñez espiritual o el principio de la vida en Cristo —cuando la leche espiritual o los rudimentos de la verdad divina han de ser administrados (véase 1 Corintios 2:1-2; 1 Pedro 2:1; Hebreos 5:12-14)— con la madurez espiritual, o pleno desarrollo de la vida en Cristo o pleno conocimiento de la verdad divina. Todo esto, en lo que concierne al creyente individual. Refiriéndose al cuerpo (la Iglesia), éste necesitó leche (los dones milagrosos) en su niñez, pero está ya en tal estado de crecimiento —casi en la edad de “la plenitud de Cristo” (es decir en sus últimos días aquí en la tierra, cerca de ser trasladado al cielo)— que ya ha dejado la leche, para alimentarse de manjar sólido. Ya se ha pasado de lo milagroso en el comienzo de la vida de la Iglesia en la tierra, lo cual tenemos en Corintios, para escalar las alturas de la verdad divina, la Iglesia en su perfección en los lugares celestiales, espiritualmente ahora, y literalmente cuando sea trasladada al cielo. Esto es lo que tenemos en Efesios, y por eso, en la lista de dones que se nos da aquí, están omitidos los dones milagrosos (véase Efesios 1:2; 2:6; 6:12).

Creemos apropiadas las siguientes palabras de un hermano que escribió: “lejos de ser un empobrecimiento de la Iglesia (la cesación de los dones milagrosos), esta pérdida coincide con su crecimiento a la posición de perfecta plenitud. Las más altas cimas de la obra del Espíritu Santo lindan, no con lo milagroso, sino con lo moral. Y habrá seguramente una anomalía, una desproporción en un real apercibimiento de la gloriosa fraseología de su plenitud si nos ocupamos en el anormal y no con el más noble y el más perfecto género de sus operaciones”.

Ahora bien, hay mucha frialdad y mortandad en la iglesia profesante. Esta mortandad se debe al modernismo, doctrinalmente hablando, que ha entrado en la iglesia profesante; a la mundanalidad que en ella ha entrado; a la mezcla de creyentes e inconversos que en ella existe y a una notable desobediencia a la Palabra de Dios, sustituyéndose el orden de Dios para su Iglesia por el orden humano. Todo esto ha contristado al Espíritu Santo (Efesios 4:30). El no puede sancionar lo que no es para la gloria de Cristo, pues el Espíritu Santo está en el mundo para glorificar al Señor (Juan 16:14); de aquí que él no puede obrar libremente en medio del desorden y la confusión reinantes en la cristiandad.

Por lo tanto, los hermanos que se ocupan de lenguas, etc., han querido demostrar vida y poder espiritual en medio de esta confusión y han ido al otro extremo. Pretendiendo dar señales de vida y poder espiritual, no han hecho otra cosa que incurrir en desorden y desobediencia también, actuando contra la dirección del Espíritu mismo en la Palabra. Por eso hay que concluir que ese aparente poder espiritual y esas manifestaciones sobrenaturales en ellos, son espurios.

La verdad es que ellos, y muchos otros, confunden el ser lleno (literalmente, ser llenado) del Espíritu (Efesios 5:18), con el bautismo del Espíritu. El primero es individual y puede verificarse ocasionalmente en la vida del creyente. El segundo es colectivo y se verificó una sola vez; al ser “bautizados en un cuerpo por el Espíritu” (1 Corintios 12:13) el día de Pentecostés.

El Espíritu Santo habita en cada creyente quien está sellado con el Espíritu (Romanos 8:9; Efesios 1:13). El Espíritu Santo como persona, mora plenamente en cada persona verdaderamente convertida, y mora allí con todo su poder. El poder del Espíritu Santo, tanto para vivir una vida de santidad, como para servir al Señor, está a la disposición de cada creyente. Ser llenado del Espíritu depende de nuestra responsabilidad delante del Señor. Si no honramos al Señor por una vida de fe y de obediencia a él y no vivimos cada día cerca de él, sino por el contrario vivimos una vida cristiana liviana, con más elementos del mundo en ella que las demostraciones de una nueva criatura, no podemos esperar ser llenos del Espíritu. El Espíritu está en nosotros, en la plenitud de su persona y en la plenitud de su poder, pero no actuará en nosotros, debido a la carnalidad de nuestras vidas. Estará contristado (Efesios 4:30).

Tenemos que juzgarnos cada día para que el “yo” y el pecado no entren en nuestra vida espiritual. Viviendo una vida de consagración al Señor, sin ningún impedimento, el Espíritu que mora en nosotros nos llenará, pero solo para hacer la presente voluntad del Señor (su obra presente), no para hablar lenguas y hacer milagros, sino para honrarle y ganar almas por medio del servicio y de un buen testimonio en nuestra vida personal.