Toda experiencia subjetiva que no esté basada en la Palabra de Dios, sino por el contrario, que sea contraria a las expresas declaraciones de ésta, debe ser rechazada como engañosa y descarriada. Hay hermanos que dan más importancia a sus experiencias subjetivas que a la Palabra de Dios, a tal extremo que prescinden de ésta y basan todo conocimiento acerca de la persona y obra del Espíritu Santo en lo que sienten y no en lo que dice la Palabra sobre el asunto; en sentimiento y no en conocimiento. Esta ha sido la causa de todo el error y de la confusión en los cuales han caído respecto a este importante y precioso cuerpo de la verdad bíblica.
La Biblia es la Palabra de Dios desde Génesis hasta el Apocalipsis y aunque Dios utilizó instrumentos humanos para escribirla; ella es la revelación de Dios al hombre y no la palabra de Pablo o de Isaías. Ella es nuestro único guía para saber de cosas divinas. El Espíritu Santo es el autor de ella (2 Pedro 1:21) y él no puede decir una cosa en la Biblia y guiar a un creyente a actuar contra lo que él ha consignado en la Palabra.
El sentimiento es parte de la vida y la experiencia cristiana, pero no es la parte más importante. Lo importante es la fe y el conocimiento (Juan 20:31; 1 Juan 5:13, 15, 18-20; 1 Juan 3:14-16, 49, 24; 4:16). Nótese en estos pasajes los vocablos conocemos y sabemos. En el Evangelio de Juan y en las epístolas de Juan se da mucho énfasis al saber y al conocer. Dios nos ha dado un testimonio en su Palabra el cual nosotros hemos aceptado por fe, y ese testimonio viene a ser conocimiento en nosotros. El sentimiento que podamos tener, basado en este testimonio, fluctúa de acuerdo con nuestro estado mental o nuestra condición espiritual en determinado momento de nuestra vida, pero el testimonio de Dios y nuestro conocimiento de él no varía. Si nos guiásemos por nuestro sentimiento en ese caso dudaríamos de la Palabra de Dios y llegaríamos a la incredulidad y a la apostasía. He ahí el peligro de basar nuestra vida y experiencia cristianas en el sentimiento. Puede haber mucho sentimiento y no haber fe. Si lo que sentimos no concuerda con la doctrina bíblica acerca del Espíritu Santo, no es la obra del Espíritu Santo.
Los espiritistas sienten y tienen grandes experiencias subjetivas de poderes sobrenaturales que actúan en ellos, pero bien sabemos que ellos no creen lo que Dios dice en su Palabra sobre la ruina del hombre por la caída, la redención por la sangre de Cristo etc. No obstante, ellos creen que lo que tienen y poseen es de Dios.
Algunos creyentes quieren una experiencia subjetiva para creer que tienen el Espíritu Santo. No les basta el testimonio de Dios en su Palabra de que el creyente tiene el Espíritu Santo desde que cree. Piden que el Espíritu Santo descienda cuando ya descendió el día de Pentecostés y está morando como una persona en el mundo, redarguyendo a éste de “pecado, de justicia y de juicio”. Quieren sentir que tienen el Espíritu Santo, cuando la Escritura dice que “mora en nosotros”. Los demonios pueden aprovecharse de este desprecio de las Escrituras y este deseo de experiencia subjetiva para adueñarse de la voluntad de esas personas hasta degradarlas. También pueden ser llevados por sus propios espíritus para hacer cosas desordenadas y crear un estado de confusión del cual Dios no es el autor. (1 Corintios 14:33).
Los capítulos 12-14 de la primera epístola a los Corintios constituyen una sola pieza. Los tres van dirigidos a instruir y a corregir acerca del error introducido en relación con los dones espirituales en la iglesia de Corinto. Léase especialmente el capítulo 14. Aun en esos días, cuando existía todavía el don de lenguas, la profecía (hablar para edificación, exhortación y consolación, v. 3) era más importante que el don de lenguas. También leemos las siguientes exhortaciones: “Dios no es Dios de confusión” y “Hágase todo decentemente y con orden” (v. 33 y 40).
En este artículo haremos algunas observaciones sobre “las lenguas”, pues, hay ciertos hermanos que sostienen que el hablar en lenguas es la evidencia de que uno ha recibido “la promesa” o que ha recibido el Espíritu Santo.
En el principio, cada vez que entraba una distinta compañía representativa al cuerpo, había una manifestación colectiva —con excepción de los samaritanos— del Espíritu Santo en “lenguas”. Esta era una señal para el grupo y para los creyentes judíos, quienes fueron los primeros miembros del cuerpo y en quienes se evidenció primero la posesión del Espíritu Santo hablando en “lenguas”. Esto quedó como un testimonio histórico para la posteridad de estos grupos representativos. Estos grupos son: los judíos el día Pentecostés, los primeros creyentes samaritanos, los primeros gentiles en casa de Cornelio, y doce prosélitos del judaísmo, discípulos de Juan el Bautista, de quienes leemos en el capítulo 19 de los Hechos.
En el caso de los gentiles en casa de Cornelio, no hubo allí una reunión de oración y de espera por el Espíritu Santo. Recibieron el Espíritu Santo mientras Pedro estaba aun hablando.
Los samaritanos (Hechos 8:14-17) y prosélitos del judaísmo (Hechos 19:1-7) eran dos ramas vinculadas con la fe judaica. En estos dos casos, y solo en estos dos casos específicos, se necesitó la imposición de manos por los apóstoles para recibir el Espíritu Santo. Así lo dispuso el Señor, y veremos la razón por qué. No es como algunos enseñan, que es necesario orar por los convertidos, tiempo después de su conversión para que reciban el Espíritu.
En estos dos casos especificados, hubo dilación entre la conversión y la recepción del Espíritu Santo.
Los samaritanos eran un cisma con el judaísmo y Dios dispuso que los creyentes samaritanos no recibieran el don del Espíritu Santo hasta que vinieran dos apóstoles, Pedro y Juan, a imponerles las manos (señal de identificación) como un testimonio a ellos, y a los samaritanos en general, de que, como dijo el Señor a la samaritana: “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22). Por la imposición de manos, los apóstoles, que eran judíos y encargados de iniciar el cristianismo o la nueva fe en el mundo, se identificaron con los creyentes samaritanos e identificaron a estos con los creyentes judíos. Fue necesario que vinieran los apóstoles. Felipe, el evangelista que fue el instrumento del Señor para la conversión de ellos, no pudo hacerlo, pues no era apóstol.
Los apóstoles iniciaron el cristianismo en el mundo, pusieron el fundamento y murieron.
Hemos de notar también que los samaritanos no hablaron “en lenguas” al recibir el Espíritu Santo. Por el mismo hecho de ocupar una posición cismática respecto al judaísmo, Dios no repitió la señal de lenguas en su caso. Solo les fue otorgado la señal de identificación con los creyentes judíos, la imposición de manos.
Los doce discípulos que Pablo encontró en Éfeso, como hemos dicho, eran prosélitos del judaísmo. Habían recibido el bautismo de Juan. El ministerio de Juan Bautista era exclusivamente judaico. Fueron bautizados primero en el Nombre del Señor Jesús (bautismo cristiano) e, imponiéndoles Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y hablaron en lenguas. Fue necesario en este caso específico también, la imposición de manos por un apóstol, pues ellos constituían otra rama, por su proselitismo judaico, y también necesitaban la señal de identificación con los creyentes judíos. La señal de lenguas, en su caso, fue la prenda del propósito de Dios de bendecir por medio de los judíos (Juan 4:22), a todas las naciones.
Se notará que en el caso de los judíos y de las otras dos ramas vinculadas con el judaísmo, el bautismo de agua precedía a la recepción del Espíritu Santo (véase Hechos 2:38; 8:12; 19:5). Pero en el caso de los gentiles (Hechos 10:47) el bautismo de agua siguió la recepción del Espíritu Santo. Tampoco se necesitó la señal de identificación ni hubo dilación entre la conversión y la recepción del Espíritu Santo, sino que en el momento en que creyeron y “mientras aún hablaba Pedro”, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el sermón (Hechos 10:44).
En todos los otros muchos casos de conversión a través del libro de los Hechos (sobre todo en el caso de los tres mil convertidos en el día de Pentecostés y de los cinco mil mas tarde), no hay ninguna repetición de la señal de Dios (las lenguas), no hay dilación en la recepción del Espíritu. Fuera de estos dos grupos vinculados con el judaísmo, no se necesitaban más manifestaciones especiales y no sucedieron más. Dios no necesitaba repetir su señal. El propósito de esta señal se había cumplido.
En le enseñanza doctrinal de la primera epístola a los Corintios sobre este asunto, vemos que las lenguas fueron un don del Espíritu Santo dado a algunos creyentes (1 Corintios 12:10), no a todos (1 Corintios 12:30). Y este don fue dado para convencer y combatir las contradicciones de los judíos incrédulos, pues ellos pedían señales (1 Corintios 1:22; 14:22).
En todas las principales ciudades gentiles donde existían asambleas, había grandes comunidades de judíos y existía por parte de estos una gran oposición al cristianismo. Como pueblo acostumbrado, desde que salió de Egipto, a señales, no concebían nada como una cosa de Dios si no estaba acompañado de señales. Por eso fueron dadas las señales al principio del cristianismo (Hechos 14:1-30), y especialmente esta señal de las lenguas, para convencerlos de que el cristianismo era de origen divino. Fue de ellos que el profeta habló cuando predijo que Dios hablaría a ese pueblo en otras lenguas (Isaías 28:11), y no de los gentiles, que no pedían señales.