Para Daniel y el pueblo judío, la profecía estaba sellada hasta su futuro cumplimiento (Daniel 12:9). Para el creyente ya no está oculta (v. 10). Toda la Biblia le ha sido dada para que la comprenda y la crea. Que el Señor nos ayude a sondearla con cada vez mayor profundidad (Juan 5:39), tomando directamente de la fuente a la cual esta pequeña obra no ha cesado de referirse: la Biblia. Que a su retorno nos halle entre los que guardan su Palabra y no niegan su Nombre (cap. 3:8). Este dulce e incomparable nombre de Jesús, este nombre de su humanidad, nos es recordado una vez más por él mismo: “Yo Jesús” soy “la estrella resplandeciente de la mañana”, Aquel que viene (v. 16). No aguardamos un acontecimiento, sino a una Persona conocida y amada.
“¡Ven!”. A este deseo, despertado por el Espíritu, responde su promesa: “Vengo pronto” (v. 7, 12, 20); luego se repite el eco de los afectos de la Esposa: “Amén; sí, ven, Señor Jesús”.
Hemos sido convertidos para servirle (invitar tanto a los que tienen sed como a los que quieren tomar “del agua de la vida”) (v. 17) y esperarle. Pero el Señor sabe que tanto para lo uno como para lo otro, necesitamos toda su gracia (v. 21). Por eso el Espíritu de Dios cierra este libro del juicio, y toda la Palabra, con esta promesa de la gracia, que es el perfecto y suficiente recurso que nos guardará “hasta que él venga” (1 Corintios 11:26; Cantares 4:6).