Los versículos 1 a 5 completan la visión de la santa ciudad durante el milenio, y notemos cuánto se parecen la primera y la última página de la Biblia. La Escritura empieza y termina con un paraíso, un río, un árbol de vida… Pero, como alguien escribió, el fin es más hermoso que el principio, la omega es más grandiosa que el alfa, el paraíso futuro no es el antiguo que se ha vuelto a encontrar, sino “el paraíso de Dios” (cap. 2:7) con la eterna presencia del Cordero que murió por nosotros. A él únicamente accederán pecadores salvos por gracia, hombres como el malhechor convertido (Lucas 23:43). ¿Y cuál será la ocupación de sus habitantes? Servirán a su Señor (v. 3; cap. 7:15); reinarán con él (v. 5 al final; Daniel 7:27). Pero lo que para ellos tendrá más precio que todos los reinos es que “verán su rostro” (v. 4; Salmo 17:15).
Normalmente, un “siervo no sabe lo que hace su Señor” (Juan 15:15). Jesús no esconde nada de “las cosas que deben suceder pronto” a sus siervos que han llegado a ser sus amigos (v. 6). ¿No es extraño, entonces, que habitualmente profundicemos tan poco en esas maravillas que nos conciernen? (1 Corintios 2:9). ¿No es triste, ante todo, que no tengamos mayor interés por lo que Dios ha preparado para la gloria y el gozo de su Hijo? (véase Juan 14:28 al final).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"