El Apocalipsis es un libro difícil. Sin embargo, cuántos motivos hay para no descuidar su lectura:
1° Es “la revelación de Jesucristo”, nuestro querido Salvador;
2° Esta revelación fue hecha por él mismo a sus siervos, entre los que se halla Juan el evangelista, exiliado en la isla de Patmos.
3° No nos habla de un vago y lejano porvenir, sino de las cosas que deben suceder “pronto”.
4° Finalmente, no olvidemos que la seria lectura de una porción de la Escritura basta para traer bendición a nuestra alma (v. 3), porque es la Palabra de Dios. No se nos pide que la comprendamos toda, sino que la guardemos (Lucas 11:28).
Cuando se trata de las glorias de Jesús, la adoración surge espontáneamente: “A Aquel que nos ama, y que nos ha lavado de nuestros pecados…” (v. 5, V. M.). Notemos el tiempo de los verbos: Él nos ama; su amor está siempre presente e invariable. Él nos ha lavado: es una obra cumplida, acabada y perfecta. Y notemos bien el orden de estos verbos: porque él nos ama, nos ha lavado de nuestros pecados. En cambio, era necesario que fuésemos lavados de nuestros pecados para ser constituidos desde ahora “reyes y sacerdotes” para nuestro Dios y Padre (cap. 5:10; 20:6, al final). Como tales, desde ahora le expresamos la alabanza: “A él sea gloria e imperio”. Lo que ha hecho de nosotros excede lo que ha hecho por nosotros.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"