Es el fin del drama. Cuando se levante el telón del último acto, la situación habrá sido invertida por la súbita aparición del Señor de gloria. Hasta el decorado habrá cambiado. Un inaudito cataclismo trastornará la configuración del país. Los pueblos sorprendidos haciendo la guerra a Jerusalén… y a su divino Rey, de repente se verán heridos con una horrible plaga. De ahí en adelante, en lugar de subir para sitiar a Jerusalén, las naciones deberán hacer allí anuales peregrinajes para prosternarse ante el Rey, Jehová (v. 16). Los que no obedezcan serán privados de lluvias. Aun las campanillas de los caballos –esos caballos que ocupan tanto lugar en la profecía de Zacarías– llevarán grabada esta inscripción: “Santidad a Jehová”. Porque todo el poder del hombre simbolizado por el caballo será entonces santificado para Dios. ¡Quiera el Señor también grabar en nuestros corazones esa señal de puesta aparte y de consagración a él! Y nada penetre en ellos que no esté en armonía con esta divisa:
v. 20: Santidad a Jehová.
De esa manera ya estaremos de acuerdo con “aquel día”, en el cual él será públicamente “glorificado en sus santos y… admirado en todos los que creyeron” (2 Tesalonicenses 1:10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"