Las miradas de Israel (y las nuestras) acaban de posarse en la cruz (cap. 12:10). La sangre de Cristo expía nuestros pecados; pero de su costado traspasado también brota una fuente de agua viva. Ella evoca esa purificación práctica que la Palabra efectúa en nuestra conciencia (Salmo 51:2, 7). En aquel día los ídolos serán quitados (Ezequiel 36:25); las voces mentirosas callarán. Entonces el Amado contará su maravillosa historia: él vino aquí abajo como hombre, tomó forma de siervo para servir a su criatura (comp. cap. 11:12; Éxodo 21:2-6). Fue herido en casa de sus propios amigos (comp. con Juan 20:27). Fue castigado por Jehová mismo.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo…
prosigue Filipenses 2:9.
Sí, pronto ese mismo Señor se presentará al mundo en el resplandor de su poder. ¿Dónde se efectuará esa aparición? En el lugar donde en otros tiempos él dejó la tierra, sobre ese monte de los Olivos, el que se partirá bajo sus pies (cap. 14:4; Hechos 1:11-12).
Pero no volverá solo. “Y con él todos los santos” agrega el fin del versículo 5. Cristo traerá consigo, como cortejo real, a aquellos a quienes primeramente haya arrebatado al cielo junto a él. El Nuevo Testamento confirma esta próxima y triunfal “venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Tesalonicenses 3:13; Judas 14).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"