El perdón otorgado a Nínive parecía contradecir y desautorizar la proclamación de Jonás. ¡Ay! la suerte de la ciudad tiene menos valor a sus ojos que su propia reputación. Olvida que acaba de ser él mismo un objeto de la gracia y no halla ningún gozo en ella, sino solo en su propio bienestar (v. 6).
Jonás nos recuerda a Elías desalentado bajo su enebro (comp. v. 3, 8 con 1 Reyes 19:4). Y como él, somos capaces de enojarnos por muy pequeñas cosas. A la menor calabacera –precario abrigo– que Dios nos quita, se levanta una tempestad en nuestro espíritu, pese a estar en cuestión la vida eterna de una multitud de seres humanos a nuestro alrededor.
En lugar de permanecer allí murmurando en su puesto de observación, ¿qué nuevo servicio se presentaba ante el profeta? ¿No era el de volver a Nínive –que había sido perdonada–, esta vez con un mensaje muy diferente: proclamar en ella el nombre de ese Dios al que conocía como “clemente… piadoso… y de grande misericordia…” y que acababa de confirmárselo de un modo tan brillante? ¡Excepcional ocasión… perdida! No perdamos por egoísmo y dureza de corazón las que el Señor pueda colocar hoy delante de cada uno de nosotros: “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y callamos… Vamos, pues, ahora…” (2 Reyes 7:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"