La visión del canastillo de fruta (v. 1) debe dar a entender a Amós que Israel está maduro para el juicio. A diferencia de la noche de Pascua, el destructor ya no protegerá el pueblo pasando por encima de él, sino que Israel “será como en llanto de unigénito” (v. 10). El vano ruido de los cánticos (cap. 5:23) se convertirá en gemidos y las canciones en lamentos (v. 3, 10). ¡Silencio! concluye el versículo 3, como para poner un término a ese inútil alboroto. De ahí en adelante toda boca se cierra ante el Señor. Y el fin del capítulo nos habla del silencio de Dios, el cual es el peor de los castigos.
Pocos pasajes son tan pavorosos como los versículos 11 y 12. Una vez que haya dejado de oírse la divina Palabra, tanto tiempo menospreciada, los hombres comprenderán el valor de ella. Entonces “irán errantes de mar a mar”, correrán aquí y allá en una indecible desesperación. ¡Y no la hallarán! (comp. 1 Samuel 28:6, 15).
Queridos amigos, midamos nuestro privilegio: hoy la Palabra de Dios está todavía a nuestro alcance, “cerca de ti” –dice el apóstol– “en tu boca y en tu corazón”
(Romanos 10:8).
La Biblia nunca ha sido tan ampliamente difundida como en este tiempo. Lo que falta es más bien el hambre y la sed del alma para apropiarse de sus promesa e instrucciones. ¡Dios los despierte en cada uno de nosotros!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"