En el capítulo 3:7 Jehová había prometido que no haría nada sin primeramente revelar su secreto a sus siervos los profetas. Informa, pues, a Amós de sus intenciones y, ante esa señal de confianza, el profeta responde, como Abraham en otros tiempos, con perseverante intercesión (Génesis 18:17, 23). Habla con la libertad de aquel que conoce íntimamente a su Dios: ¿No es tu castigo demasiado severo? No te olvides de que Jacob es pequeño (Dios mismo lo llama gusano en Isaías 41:14). Es justamente lo contrario de la jactancia del pobre pueblo que pretendía: “¿No hemos adquirido poder con nuestra fuerza?” (cap. 6:13).
Precisamente después de haber abogado de manera tan conmovedora por su pueblo, Amós es tratado de conspirador por uno de los jefes religiosos. ¡Cómo se parece a Jesús, a quien los sacerdotes acusaban ante Pilato: “A este hemos hallado que pervierte a la nación…”! (Lucas 23:2).
Amós, lejos de enojarse o reivindicar el honor debido a un profeta, de buena gana reconoce su humilde origen. Su autoridad no procede de su nacimiento ni de su educación sino exclusivamente de un llamado divino (comp. Gálatas 1:1). Luego, de parte de Jehová, declara al impío sacerdote lo que le aguarda.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"