Israel era una familia que Dios había escogido para él de entre todas las familias de la tierra.
“Por tanto…” prosigue Jehová, para mostrar que esa elección acarreaba las más estrictas obligaciones.
Digámoslo una vez más: cuanto más estrecha es la relación, tanto mayor es la responsabilidad (léase Mateo 11:20-24). Una misma falta se apreciará de manera diferente si es cometida por un extraño, por un sirviente o por un hijo.
Dios se dispone a visitar a su pueblo mediante el juicio. Sin embargo, no se hará nada sin una advertencia. El rugido del león es la señal de alarma más eficaz para el rebaño. Amós, el pastor de Tecoa, lo sabe bien y procura arrancar al pueblo de su inconsciencia. “Proclamad… Oíd…” exclama él. Pero Dios va a emplear otra voz para sacudir el entorpecimiento y la dureza de Israel. Toda la profecía de Amós está llena de alusiones a un terremoto que iba a sobrevenir dos años más tarde (cap. 1:1; 2:13-16; 3:14-15; 6:11; 9:1, 11 etc.)
Nosotros, quienes por gracia formamos parte de la celestial familia de Dios, prestemos oído a todas las maneras en que nuestro Padre nos advierte.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"