Efraín tiene las mismas disposiciones que más tarde tendrá la iglesia de Laodicea. Pronuncia las mismas palabras de satisfacción: “Me he enriquecido” (v. 8; Apocalipsis 3:17).
Pero Dios no mira la prosperidad exterior.
Moralmente, este pueblo es desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo, como lo es ahora para Dios la cristiandad que lo es solo de nombre. Por medio de su mentira, su fraude, su mundanería y su confianza en el hombre, Efraín lo hizo todo para provocar la ira de Jehová, quien le pagará su oprobio (v. 14; Deuteronomio 28:37). Sin embargo, para mostrar que el camino del arrepentimiento todavía está abierto, Dios se sirve de la historia de Jacob, quien fue un astuto calculador, el suplantador de su hermano. Pero un día el patriarca encontró a Dios en Peniel, luchó con él y triunfó, no “con su poder”, sino por medio de sus lágrimas y sus súplicas. Más tarde en Bet-el, después de haber purificado su casa, aprendió a conocerle por su nombre, el Dios omnipotente (Génesis 32:24-30; cap. 35). Clamar al Señor, humillarse, quitar los dioses extraños es lo que hizo Jacob pero no Efraín. Nosotros, no dejemos de hacerlo, valiéndonos del versículo 6: “Tú, pues vuélvete a tu Dios; guarda misericordia y juicio, y en tu Dios confía siempre” (comp. Isaías 31:6).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"