Los versículos 1 y 2 nos recuerdan Romanos 3:9-19, pasaje que se refiere no solo a los judíos, sino también a todos los hombres. Empero Israel, como poseedor de “la palabra de Dios”, tiene esta responsabilidad suplementaria: haber desechado voluntariamente el conocimiento y olvidado la ley (v. 6; Romanos 3:2). Se apegó a los ídolos al dejar “a su Dios” (fin del v. 12). Cristianos, ¿no nos dice nada esta última expresión? Existen mil maneras y oportunidades –cada uno tiene las suyas– de sustraernos a la autoridad que el Señor debe tener sobre nuestra vida.
Esta vez, ¿cuál será el castigo del miserable pueblo? El más terrible que se pueda imaginar: el abandono. Su estado es incurable, sin esperanza. Dios renuncia a retenerle y declara: “Me olvidaré de tus hijos” (v. 6). “No castigaré a vuestras hijas” (v. 14) y más adelante: “Efraín es dado a ídolos; déjalo” (v. 17). Sin embargo, ese horrible cuadro de la corrupción de las diez tribus por lo menos debe servir de advertencia a Judá. Gilgal con Bet-el (casa de Dios; luego Bet-avén), lugares de promesas y de bendiciones en la historia de Israel, llegaron a ser centros de iniquidad y capitales de la religión profana. Jehová solemnemente manda a Judá que no suba a ellas (v. 15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"