En el estilo entrecortado que le es propio, el profeta hace alternar sin transición la descripción del trágico estado de Israel con las promesas de restauración (v. 18-23). La gracia de Dios establecerá nuevos vínculos con su pueblo. Este no será más siervo, como la mujer comprada (cap. 3:2) y no dirá más “mi señor” sino “mi marido” (cap. 2:16). “Te desposaré conmigo” repite tres veces Jehová como para sellar su compromiso (v. 19-20). Como anillo en el dedo de una joven novia, esa promesa debería haber hablado al corazón del pobre pueblo e incitarle a guardar celosamente sus afectos para Jehová (comp. Jeremías 2:2). Por analogía pensamos en la Iglesia, la que debería ser toda para Cristo. “Os he desposado con un solo esposo” dice Pablo a los corintios (2 Corintios 11:2), revelando también en Efesios 5:25-27 lo que Jesús hizo, hace y hará por la Iglesia.
La corta profecía del capítulo 3 describe de manera impresionante el estado actual de los hijos de Israel: ya no tienen rey ni culto, ni el de los ídolos como tampoco el de Jehová (v. 4). La casa de Israel será vaciada, barrida y adornada, dispuesta para el cumplimiento de Mateo 12:45. Pero luego vendrá su arrepentimiento y su restablecimiento en la bendición divina por la bondad de Jehová (v. 5).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"