La causa de Israel es indefendible (v. 2; comp. Isaías 1:18). Después de una agobiadora requisitoria, Dios pronuncia la sanción sobre la infidelidad del pueblo: “Por tanto, he aquí yo rodearé de espinos su camino…” (v. 6). “Por tanto, yo volveré y tomaré mi trigo…” (v. 9). “He aquí que…” y uno podría aguardar un castigo más severo todavía. No obstante, ¿qué anuncia el versículo 14?
Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón.
¡Incomparable gracia de Dios! El pecado de los suyos viene a ser para él la ocasión apropiada para desplegar su infinita misericordia. En lugar de echar a “la esposa” ingrata y culpable, la toma de la mano y, a solas con ella, le habla de manera tal que conmueva su corazón. Pero, ¿por qué mencionar ese siniestro valle de Acor? ¿Acaso no evocaba el pecado de Acán y sus desastrosas consecuencias? (Josué 7:26). Sin embargo, Dios lo escoge para hacer de él, de ahí en adelante, una “puerta de esperanza” (comp. Isaías 65:10). Y moralmente es lo mismo para nosotros. El valle de la turbación, el lugar en que tendremos que responder ante Dios por nuestras pasadas faltas, viene a ser “una puerta de esperanza”. De esa manera, Dios nos muestra que el goce de la comunión con él tiene como necesario punto de partida la confesión de nuestros pecados.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"