Se delimitan las fronteras de Israel y, en ese marco, cada tribu recibe su heredad: una franja recta que se extiende desde el Mediterráneo hasta mucho más allá del Jordán (hasta el Eufrates, conforme a las divinas promesas por fin cumplidas: Éxodo 23:31; Josué 1:4). Al comparar esa repartición del país con el complicado trazado de las primitivas fronteras por parte de Josué y sus emisarios (véase Josué 18), admiramos cómo todo es sencillo cuando Dios lo establece. Como cada territorio será repartido de modo parejo, no habrá más celos ni discusiones (léase Josué 17:14). Y, como para adelantarse a estas últimas, Jehová mismo precisa que José tendrá dos partes (v. 13, cumplimiento de Génesis 48:5). En otro tiempo Rubén, Gad y la media tribu de Manasés habían elegido su territorio aparte de las otras tribus. Ahora habitan en medio de sus hermanos en los limites que Jehová fijó para ellos (cap. 48:4, 6, 27). Tampoco hay división entre Judá y las diez tribus. Algunas de estas habitan al norte y otras al sur, a cada lado de “la porción” (u “ofrenda alzada”, v. 8, V. M.), realizando en ese porvenir el versículo 1 del Salmo 133: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"