En la primera parte de este libro vimos que el templo de Salomón fue profanado; que, por decirlo así, Dios fue proscrito; que los sacerdotes llegaron a adorar ídolos allí; y que la realeza faltó por completo a su deber. Las consecuencias de ello fueron la destrucción del templo, la transportación del pueblo judío y su apartamiento como nación. Pero Dios nunca permite que las infidelidades de los hombres contrarresten Sus propósitos. Es necesario que en los mismos lugares en que fue deshonrado, él sea plenamente glorificado, que las promesas hechas a David se cumplan, que se construya un nuevo templo y que se instituya un nuevo sacerdocio bajo el reinado de un nuevo rey (Cristo) que domine en justicia sobre un pueblo arrepentido.
Todo esto se efectuará durante el milenio, tiempo “de la restauración de todas las cosas”, del cual habla Pedro (Hechos 3:21).
Este es el tema de los capítulos 40 a 48, a través de los cuales deseamos dejarnos conducir por el Espíritu Santo, tal como aquí el profeta es guiado paso a paso por su maravilloso compañero. Con su ayuda también visitaremos este magnífico templo que será construido en Jerusalén para que Dios sea buscado y adorado en él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"