“¿No profiere este parábolas?” se decía de Ezequiel con cierto desprecio. Su lenguaje le parecía difícil al pueblo únicamente porque este no quería comprender. Así es cómo los incrédulos de buena gana invocan las dificultades de la Palabra y las usan como pretexto para evitar someterse a ella.
En este terrible capítulo la espada, primero de los cuatro desastrosos juicios (véase cap. 14:21) sale de su vaina para ejecutar el castigo.
Para manejarla, Jehová se servirá del rey de Babilonia, a quien vemos en una encrucijada, ocupado en consultar a sus dioses (v. 21).
¿Empezará su ataque por Jerusalén o por Rabá de los hijos de Amón? A los ojos del pueblo de Judá esta adivinación era falsa y sin valor (v. 23). Y ¡por cierto que lo era! Pero, por encima de estas cosas, Jehová decidió la ruina de Jerusalén (v. 27) y el fin de la realeza. La corona le será quitada al “profano e impío príncipe de Israel” (el profano es aquel que pisotea las bendiciones de Dios: comp. cap. 22:26 y, en Hebreos 12:16, el ejemplo de Esaú).
Desde entonces no habrá más descendiente de David en el trono hasta la venida de Cristo, “aquel cuyo es el derecho”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"