Los ancianos, a quienes la primera visita hecha a Ezequiel no parece haberles enseñado nada (cap. 14), vuelven a visitar al profeta. Por medio de su siervo, Dios les prepara –esta vez no en lenguaje simbólico– una lista de las abominaciones de Israel, lista tan antigua como la historia de ese pueblo. Desde los tiempos de Egipto se rebeló; rehusó abandonar sus ídolos y no quiso escuchar a aquel que se revelaba (v. 8). Entonces, para hacerse oír, Jehová condujo a su pueblo al desierto.
Nada es más impresionante que el silencio del desierto. Por eso es un lugar particularmente favorable para escuchar a Dios;
en él no distraen los ruidos exteriores. En Sinaí, Israel recibió los estatutos y las ordenanzas de Jehová (v. 10-11). Más tarde, Juan predicó en el desierto el arrepentimiento y la venida del Mesías (Juan 1:23). Finalmente, allí será llevado el pueblo una vez más, antes del advenimiento del Señor, a fin de que Dios hable a su corazón (Oseas 2:14). Allí Moisés, Pablo y otros muchos siervos fueron preparados largamente para su ministerio (Éxodo 3; Gálatas 1:17-18).
Queridos amigos, no rehusemos, pues, ser llevados aparte, cualquiera sea la forma (forzosa soledad, larga enfermedad, etc.) en que a veces el Señor juzga conveniente hacerlo.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"