Dios conduce a los suyos al desierto no solo para hablarles sino también cuando quiere disciplinarlos. Y sabemos por qué. Así como los padres no deben corregir a sus hijos delante de extraños, sino que deben llevarlos aparte, igualmente esa disciplina es un asunto entre Dios y sus redimidos, lo cual al mundo no le incumbe. Lamentablemente, a menudo tememos permanecer a solas con el Señor a causa del mal estado de nuestra conciencia y tratamos de eludirle en el torbellino de la vida cotidiana. Sin embargo, es indispensable que los creyentes sean «depurados». Dios no puede soportar en ellos ni términos medios ni mezcla. En cuanto a aquellos que rehúsan escucharle, ¡les deja que sirvan a sus ídolos (v. 39; comp. Oseas 4:17; Apocalipsis 22:11) con tal que no aparenten servirle a él también!
Sabemos que toda la generación de los hombres de guerra de Israel cayó en el desierto y solo sus descendientes entraron en Canaán (Deuteronomio 2:14). De nuevo, cuando llegue el momento de juntar a las diez tribus actualmente esparcidas en el “desierto de los pueblos”, Dios castigará a los rebeldes, los que no entrarán en Su tierra. Solamente después podrá aceptar las ofrendas de su pueblo y hallar su placer en él (v. 40-41; Malaquías 3:4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"