¡Y ocurre la trágica toma de Jerusalén!
Sedequías y sus guerreros huyen a través de los huertos. ¡Demasiado tarde! Son alcanzados, encadenados y conducidos ante el rey de Babilonia. Once años antes, este último había colocado a Sedequías en el trono de Judá y le había hecho prometer fidelidad jurando por Dios (2 Crónicas 36:13; Ezequiel 17:18-20). Al rebelarse con el apoyo de Egipto (cap. 37:7), Sedequías había faltado a su palabra y mostrado a los enemigos de Israel el poco caso que hacía del nombre de Jehová, al cual, en cambio, Nabucodonosor le había concedido valor. De ahí el cruel castigo que soporta el rey cobarde y perjuro.
Los versículos 15 a 18 contienen palabras dirigidas personalmente a Ebed-melec. Dios conocía sus temores (v. 17) –así como conoce todas nuestras inquietudes– y no lo condena. Pero, en tanto que los temores de Sedequías lo habían conducido a apoyarse en los hombres para escapar de otros hombres, el temor experimentado por Ebed-melec le hacía recurrir a Jehová. “Tuviste confianza en mí” dijo Jehová. Ese hermoso testimonio abre a ese humilde esclavo extranjero el acceso a las promesas de gracia del cap. 17:7 y 8 (comp. Salmo 37:3, 39-40; Rut 2:12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"