Con la destrucción de Jerusalén y el cautiverio de su último rey, Nabucodonosor suprimió toda posibilidad de rebeldía en el reino de Judá. Sin embargo, mantuvo allí cierto número de habitantes, de los más pobres, para no dejar el país en estado de abandono y colocó a su cabeza a Gedalías, un gobernador que gozaba del beneplácito de todos. Durante ese tiempo vemos a Jehová velar en gracia por esos habitantes salvados de la transportación, haciendo prosperar sus cosechas (v. 12; comp. Proverbios 30:25).
Lamentablemente, ese período favorable no dura. Dios, que conoce los corazones, permite nuevos y trágicos acontecimientos a fin de manifestar su estado. Bajo la figura del rey de los hijos de Amón (v. 14) reaparece un viejo enemigo de Israel, que parecía estar aniquilado. Pero aún existe y su mala disposición no ha cambiado; la debilidad del pueblo es propicia en ese momento para que él las manifieste. Así ocurre con Satanás, nuestro gran adversario.
No cede jamás y siempre procura aprovechar lo que debilita nuestra resistencia
(cansancio, pereza, falta de vigilancia…).
Con el apoyo de Baalis, Ismael –sin duda celoso de la autoridad de Gedalías– organiza una conspiración para asesinarlo cobardemente, así como a los judíos que están con él en Mizpa.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"