¡Cuántas veces podemos reconocernos en el egoísmo y la culpable indolencia de la amada! Jesús golpea a la puerta de nuestro corazón. Pero la tibieza espiritual, el apego a nuestras comodidades, la negligencia para juzgarnos nos hacen hallar muchas excusas para no escuchar la voz de su Espíritu. Con tristeza el Señor pasa más allá. Entonces, para volver a hallar su comunión, sepamos desplegar el ardor de la joven esposa. Para describir a su amado, no encuentra términos bastante ardientes ni comparaciones bastante elocuentes. Y nosotros, queridos amigos, ¿qué tendríamos que decir si alguien nos preguntara respecto del Señor Jesús? (comp. Mateo 16:15-16). ¿Qué es Él para nosotros más que esto o aquello? (v. 9). ¿Sabríamos hablar de su amor y de su poder, de su humillación y de su obediencia hasta la muerte de la cruz? ¿Tendríamos algo que decir de su gracia y de su sabiduría, de las perfecciones de su andar y de su servicio? “No hay parecer en Él… para que le deseemos” decía Israel por boca del profeta (Isaías 53:2). Pero la hermosura de las glorias morales del Mesías (ocultas al pueblo incrédulo) aquí llevan a la esposa a exclamar:
Todo Él (es) codiciable (v.16)
Esta persona ¿es verdaderamente el objeto de todos nuestros deseos?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"