Mientras el Señor considera con encanto la belleza de su Esposa, ¿a dónde se dirigen las miradas de ella? ¡Demasiado a menudo nos dejamos deslumbrar por los brillantes y exaltantes atractivos del mundo! (el Líbano). Qué inconscientes somos; no discernimos en él “las guaridas de los leones” ni los solapados leopardos (v. 8). Pero el Señor ve los peligros a los cuales estamos expuestos en ese fascinante ambiente y con dulzura busca despegarnos de él. “Ven conmigo desde el Líbano…” (v. 8). Lo que debe alejarnos del mundo es el amor por el Señor antes que el temor al peligro. “Hermana, esposa mía”: estos nombres son el tierno recuerdo de los vínculos con Él. El Señor tiene derechos exclusivos sobre el alma a la cual ama. Ella es una fuente sellada de la cual solo Él tiene el derecho de beber, un huerto cerrado en el cual nada extraño ha de introducirse y cuyas flores, frutos y perfumes le están reservados. Pero, para que se “desprendan” sus aromas, a veces es necesario que sople el viento de la prueba o las brisas del mediodía (v. 16). Así los afectos por Él serán reanimados, su presencia será deseada y Él mismo, respondiendo a esa invitación, se agradará en recoger, gustar y compartir lo que nuestro débil amor habrá sabido prepararle (cap. 5:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"