No nos extrañemos si tenemos dificultad para hallar la presencia del Señor en nuestra cama (v. 1; imagen de la pereza) o, al contrario, en la algarabía de la ciudad (v. 2). En cambio, de rodillas y en el recogimiento de nuestra habitación siempre podremos encontrar a aquel a quien ama nuestra alma (comp. v. 4). Pero que tampoco allí nada venga a distraernos y a turbar nuestra comunión (v. 5).
Desde el desierto, figura de un árido mundo, un perfume puede elevarse hasta Dios (v. 6). En otros tiempos, Jesús atravesó este mismo mundo y toda su vida solo fue un grato olor para el Padre. La mirra habla de sus sufrimientos (del pesebre a la tumba; Mateo 2:11 fin; Juan 19:39), y el incienso de sus diversas perfecciones morales. Finalmente “todo polvo aromático” sugiere las experiencias cotidianas en las cuales Dios es glorificado. También somos llamados a hacer subir hacia Dios tal perfume, el de Jesús.
Para Israel, así como para la Iglesia, pronto llegará el fin del desierto (v. 6; comp. Números 21:19-20). El verdadero Salomón lo habrá preparado todo en vista del reposo milenario (v. 7-10). “Sobre Él florecerá su corona” y ese día será el del gozo de su corazón (v. 11; Salmo 132:18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"