Un manzano se distingue de los árboles del bosque por sus frutos (v. 3). En medio de los hombres solo Cristo produjo para Dios ese fruto, cuya dulzura pueden saborear ahora los redimidos (v. 5; Números 18:13). Como María a los pies de su Señor, somos llamados a alimentarnos escuchando su Palabra.
“Su bandera sobre mí fue amor” (v. 4). Soldados de Jesucristo, no seguimos a nuestro Jefe por obligación, sino por apego a su persona.
La Biblia acaba expresando su promesa:
He aquí, vengo pronto
(Apocalipsis 22:7, 12, 20).
¡Qué eco tienen estas palabras en el corazón de los que le aman! “¡La voz de mi amado! He aquí él viene” (v. 8). “Hasta que apunte el día”, sepamos mantenernos como la temerosa paloma en los agujeros de la peña, a cubierto de las suciedades y de los peligros (v. 14, 17). Y desconfiemos de las zorras pequeñas que echan a perder las viñas en cierne (v. 15). Al crecer, esas pequeñas zorras se harán cada vez más tiránicas (Romanos 6:14). Además, si se hace daño a la flor, desaparece toda promesa de fruto. Hoy no toleremos tal pequeño fraude, tal pecado de insignificante apariencia, el que más tarde podría dominar en nosotros y frustrar al Señor en cuanto al logro del fruto que le pertenece.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"