No abordemos este libro sin primeramente pedirle al Señor que nos guarde de todo pensamiento profano. El Eclesiastés nos enseñó que el mundo no podía colmar el vacío del corazón humano. El Cantar nos presenta el amor divino, el único que lo puede llenar. Precisemos que ante todo se trata, en figura, de las futuras relaciones del Rey, Cristo, con Israel, su Esposa terrenal. En el momento en que empiece su reino, se reanimarán los afectos de ese pueblo, los que, por fin, responderán a los del verdadero Salomón. Pero, sobre todo, en nuestra lectura subrayaremos lo que puede aplicarse prácticamente a las actuales necesidades del creyente. El amor es el vital vínculo que une a cada redimido con su Salvador. ¡El de Cristo hacia nosotros es infinito e inmutable; el de nosotros hacia Él, cuán débil e inconsecuente es! Pidámosle que nos atraiga para que podamos correr en pos de Él (v. 4).
Los versículos 5 y 6 son la confesión del culpable pasado. La que habla aquí lo sabe bien: si ella es agradable, no es a causa de sus propios méritos (léase Efesios 1:6 fin). Pero ahora busca la presencia del Pastor (v. 7-8) y del Rey (v. 12). Le ama; Él está continuamente sobre su corazón como una bolsita de mirra perfumada que impregna sus vestidos y la acompaña a todas partes (v. 13; 2 Corintios 2:14-16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"