“Todo acontece de la misma manera a todos…” declara el versículo 2. En la vida de cada cual, Dios permite una sucesión de acontecimientos –que llamamos, según el caso, felices o desdichados– a fin de ver si uno de ellos hace que el corazón de su criatura se vuelva hacia Él. Por otra parte, el Señor nunca prometió que las pruebas le serían ahorradas al creyente después de su conversión. Pero las distintas circunstancias de la vida, sea que afecten nuestra salud, nuestro trabajo o nuestra familia, son ocasión para mostrar en qué medida la fe cristiana cambia nuestra manera de atravesarlas. Después de haber fracasado en un examen, por ejemplo, cuando un joven inconverso habla de mala suerte o de injusticia, el hijo de Dios reconocerá la mano segura y sabia de su Padre celestial. “Ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes” (v. 11; comp. Romanos 9:16). Es el hombre de Dios quien las gana. 2 Timoteo 4:7 nos presenta a un pobre anciano preso que había “acabado la carrera” y “peleado la buena batalla”.
La parábola del hombre pobre y sabio (v. 13-15) lleva nuestras miradas hacia Jesús. Él nos liberó de nuestro poderoso Enemigo, “el que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo” (Hebreos 2:14). No seamos ingratos ni olvidadizos como los habitantes de la “pequeña ciudad” (v. 14) y escuchemos Sus palabras:
Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí
(1 Corintios 11:24).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"