De nuevo Jehová se dirige a su siervo en la cárcel. Todavía tiene que hacerle preciosas revelaciones y le exhorta a orar para obtenerlas (v. 3; Amós 3:7). Dios está siempre dispuesto a instruirnos en cosas grandes y ocultas que no sabemos. Pero nos invita a pedírselas primeramente.
Jeremías va a oír hablar de lo que más le preocupa: la restauración de su pueblo después del desastre que va a caer sobre él. Hoy día, en ciertas regiones cuyo suelo es estéril existen aldeas enteras que fueron abandonadas como consecuencia del despoblamiento del campo. Pocos espectáculos son tan lúgubres. Cuánto peor debía ser la desolación de una ciudad como Jerusalén devastada y quemada después del exilio de sus habitantes (v. 10; véase Nehemías 2:13-14). Pero las promesas de Dios son formales: la alegría y la animación llenarán de nuevo la ciudad. Se le dará un nombre nuevo: “Jehová, justicia nuestra” (v. 16); él nos recuerda que nadie entrará en la ciudad celestial en virtud de su propia justicia.
Allí todo estará exclusivamente fundado en la de Cristo.
Y las dos familias por medio de las cuales se aseguraban las relaciones del pueblo con Dios –la de los reyes y la de los sacerdotes– volverán a verse representadas (v. 17-18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"