Una nueva enseñanza aguarda a Jeremías en casa del alfarero. La primera vasija que ve fabricar es una imagen del pueblo. Como el cinto del capítulo 13, esa vasija también fue echada a perder, no servía para nada (v. 4; cap. 13:7). Sí, Israel –y en realidad la humanidad entera– se halla así representado. Nada pudo hacer el divino Artesano con el primer hombre que formó del polvo de la tierra. “A una se hicieron inútiles…” (Romanos 3:12, 23). El pecado arruinó y corrompió toda la raza humana. Pero he aquí que se recomienza el trabajo en el torno del alfarero: él hace una vasija, “según le pareció mejor hacerla”.
Esa vasija sin defecto lleva nuestros pensamientos hacia el segundo Hombre, en quien Dios halló su contentamiento. Según los consejos de Dios, Cristo vino a reemplazar a la desfalleciente raza de Adán.
Pero desde entonces no está más solo. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Por la gracia de Dios, el rescatado puede ser hecho a su vez un utensilio “para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21; léase también 2:10).
El diálogo de los versículos 11 y 12 confirma el desesperante estado del pueblo y justifica su rechazo al igual que el de la vasija echada a perder.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"