Jerusalén será motivo de gozo para los fieles del pueblo: “Gozaos con ella, todos los que la amáis” (v. 10). A ellos se dirige el Salmo 122: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (v. 6). Como una respuesta a esa oración, la paz se extenderá sobre la ciudad, punto de partida del conocimiento de la gloria de Dios para todas las naciones de la tierra.
Hoy en día, el Señor no está menos atento a las oraciones de los que aman a su Iglesia (2 Corintios 11:28). Pidámosle que ella sea guardada en la paz y que manifieste la gloria de Cristo aquí abajo.
Aun en medio de la felicidad milenaria, es necesario que subsista un testimonio visible del castigo terrenal de los inicuos. Allí habrá un solemne espectáculo para recordarlo, como el “muy grande montón de piedras” sobre la tumba de Absalón (2 Samuel 18:17).
Así termina el hermoso libro de Isaías. De todas las profecías, ella es la más vasta, la citada más a menudo en el Nuevo Testamento (unas 60 veces) y es la que más lugar da al Señor Jesús en sus sufrimientos y en sus glorias.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"