“Fui hallado por los que no me buscaban…” escribe Isaías “resueltamente”. Es la expresión que emplea el apóstol Pablo al citar a los romanos nuestro versículo 1 (cap. 10:20). Bajo el dictado del Espíritu, el profeta abre aquí claramente, en efecto, la puerta a las naciones que no buscaban a Dios ni invocaban su nombre (cap. 49:6). En verdad, era una declaración atrevida, por no decir revolucionaria, a los oídos de los israelitas tan celosos de sus privilegios. Formaba parte de esas cosas nunca oídas, las que son mencionadas en el capítulo precedente.
La confesión y las súplicas del pobre remanente terminaban con la angustiada pregunta: “¿Callarás, y nos afligirás sobremanera?” (cap. 64:12). No, nunca es en vano que un corazón arrepentido se vuelva hacia el Señor: “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). ¿Lo sabe por experiencia el lector?
Dios, pues, no callará. Toma la palabra y, prácticamente, va a conservarla hasta el final del libro. Empero, antes de revelar lo que preparó para los que esperan en Él, o sea sus escogidos y sus siervos (v. 9-10; cap. 64:4) debe pronunciar la condenación definitiva, no solo de las naciones enemigas de Israel, sino también de la masa del “pueblo rebelde” y apóstata.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"