Los fieles del remanente han recordado la grandeza de los beneficios con los cuales el Señor había colmado en otro tiempo a su pueblo (cap. 63:7). Toda vez que ha dado semejantes pruebas de su amor, ¿podría Él desampararlos hoy? Apelan, pues, al corazón de ese Dios compasivo, el cual es su Padre, diciéndole:
Mira desde el cielo…
(cap. 63:15 comp. cap. 64:1).
Pero esto aún no les basta. “Oh, si rompieses los cielos, y descendieras…” exclaman ellos. Es lo que Cristo hizo una primera vez para nuestra salvación. Pero volverá a bajar más tarde para liberar a los suyos que pasan por la prueba y para consumir a sus enemigos (Salmo 18:9; 144:5).
El versículo 6 compara “todas nuestras justicias con un trapo de inmundicias”. Entendemos que se haga eso con nuestros pecados; pero, ¿con nuestras justicias? ¡En verdad, así es! Todo lo que hayamos podido hacer de bueno y de justo antes de nuestra conversión se parece a harapos que confirman nuestra miseria en lugar de cubrirla. Pero el Señor reemplaza esos trapos de inmundicia por vestiduras de salvación y manto de justicia (cap. 61:10; Zacarías 3:1-5).
Formados como el barro sobre el torno del alfarero (v. 8) no tenemos nada que hacer valer en cuanto a la vil materia de la cual hemos sido sacados (Salmo 100:3). Solo cuenta el trabajo del divino Obrero que se aplica en hacer de nosotros utensilios “para honra” (2 Timoteo 2:20-21).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"