Hasta el versículo 6 se trata de los rescatados. El Redentor nos es presentado a partir del versículo 7. El Espíritu Santo tiene sobre la tierra una tarea primordial: dirigir las miradas de los creyentes hacia Cristo y sus sufrimientos. Todas las exhortaciones de escuchar, despertarse y apartarse convergen del mismo modo aquí hacia la presentación de una persona: Cristo, el Mesías de Israel. Él es el Mensajero que trae buenas nuevas de paz, de felicidad y de salvación (v. 7). Es igualmente el Siervo que obra sabiamente y por eso será prosperado (v. 13). Aquí tenemos ante nosotros, en resumen, sus palabras y sus obras. El capítulo 53 nos dará a conocer sus sufrimientos.
En verdad, hay de qué asombrarse y sorprenderse al meditar en la indescriptible humillación del Hijo de Dios (v. 14 completado con el v. 3 del cap. 53).
Su aspecto “desfigurado” testimoniaba contra el mundo impío acerca de lo que le costaba al Hombre perfecto el atravesarlo. Por eso, es con justicia que Dios ahora le ha exaltado, engrandecido y “puesto muy en alto”, en espera de que Él aparezca en gloria. Entonces los reyes cerrarán la boca al verle. Los redimidos, al contrario, no callarán jamás. Como esos atalayas del versículo 8, después del cansancio de la larga vigilia mencionada en el salmo 130:6, elevarán la voz con canto de triunfo, porque Le verán “ojo a ojo”.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"