Esta es la misteriosa página que el funcionario de Candace, reina de los etíopes, leía en su carro. Y “Felipe… comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35). Ahí está, también para nosotros, el comienzo de todo conocimiento: Jesús el Salvador. Cada uno de nosotros se apartó por su propio camino de desobediencia (v. 6). Pero, para salvarnos, el Cordero de Dios siguió el camino de la perfecta obediencia y de la entera sumisión. En ese camino fue despreciado, desechado, angustiado, afligido y al fin “cortado de la tierra” por los hombres (v. 3, 7-8). Pero también fue herido, molido y sujeto a padecimiento por Dios mismo. ¿Quién jamás sondeará lo infinito de esta expresión: “Jehová quiso quebrantarlo”? Nuestras enfermedades y nuestros dolores (v. 4), nuestras rebeliones y nuestras transgresiones (v. 5), nuestro pecado bajo todas sus formas –de las más sutiles a las más groseras– con sus terribles consecuencias, tal ha sido la indeciblemente pesada carga que tomó sobre sí “el varón de dolores”.
¡Este fue, oh nuestro Salvador, el trabajo de tu alma! Pero, más allá de la muerte a la cual te entregaste a ti mismo, gustas, de ahí en adelante y para siempre, del fruto mismo de tu padecimiento, del inefable gozo del amor correspondido (Hebreos 12:2).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"