El profeta prosigue su comparación por medio de un nuevo y pasmoso cuadro. Por un lado, varios ídolos que son aplastante carga para los que los llevan. Por otro, un Dios poderoso y fiel, el cual, al contrario, ha cargado Él mismo con su pueblo desde el principio hasta el fin de su historia “como trae el hombre a su hijo” (v. 3; Deuteronomio 1:31; 32:11-12). A esa posición privilegiada, Israel ha preferido el servicio ingrato de falsos dioses impotentes y ridículos (v. 6-7). Pero estos últimos le han hecho tropezar pesadamente, aplastándolo con su peso, y finalmente van a ser la causa de su cautiverio. Moralmente ocurre siempre así. Los más nobles ídolos de este mundo (aquí son de oro y plata en tanto que los del capítulo 44 eran solo de madera) conducen infaliblemente a los que los sirven a su ruina final. ¡Y cuán grande es el poder que el oro ejerce sobre el corazón humano! Pero, en contraste, ¿qué nos propone el Señor Jesús?: Confiar en Él desde nuestra juventud; seguir descansando en Él de año en año a lo largo de nuestra vida; en fin, si debemos alcanzar la edad en la cual las fuerzas declinan, gozar aun de esta hermosa promesa: “Hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (v. 4).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"