La Iglesia del Dios viviente n°8

Los dones y el ministerio

Los dones y el ministerio

Los dones y el ministerio

Previamente hemos visto en esta serie1 que Cristo es la cabeza de la Iglesia y la única Cabeza permitida por la Escritura. Él es quien dirige a los varios miembros de su Cuerpo, el cual es la Iglesia. Ahora nos toca considerar los ministerios específicos que se ejercen en la Iglesia, tales como enseñar, predicar y cuidar de las almas. Veremos que esta obra debe ser llevada a cabo mediante los dones que Él, la Cabeza glorificada, ha dado a su Iglesia.

A través de Efesios 4:7, 8 y 11-13 sabemos que

A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres… Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.

  • 1Véase el n.º 1 de esta serie: ¿Qué es la Iglesia?

Origen, canales y extensión del ministerio

La base sobre la cual Cristo da estos dones para ministrar es la redención, la que Él efectuó por su sangre y su ascensión al cielo. Como Salvador victorioso, resucitado y ascendido, da dones a sus siervos para que desempeñen el ministerio cristiano, a fin de que las almas sean salvas. Pero su obra no termina con esto. Sus dones son también para edificar a los salvados, afirmarlos, nutrirlos y perfeccionarlos con el fin de que lleguen a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Si esto parece imposible de lograr, recordemos que Cristo ha llevado cautivo todo el poder del enemigo y venció a Satanás, el cual tenía preso al hombre. Cristo ama a su Iglesia y cuida de cada miembro de ella. El ministerio cristiano proviene de Cristo exaltado a la diestra de Dios, de Cristo como Cabeza y fuente de todo. Por lo tanto, todo verdadero ministerio en la Iglesia debe desempeñarse en la dependencia de Cristo como Cabeza y origen de todos los ministerios.

Existe una gran diferencia entre el ministerio, el sacerdocio cristiano y la adoración. Todos los cristianos –hombres, mujeres y niños– son sacerdotes que tienen acceso a la presencia de Dios. Como tales, pueden presentar adoración –alabanza y acción de gracias– a Dios. El sacerdocio es universal y va dirigido del hombre a Dios. En cambio, el ministerio, según la Palabra, es una acción que, a través del hombre, va de Dios a los hombres. Es un servicio con diversos aspectos, hecho por determinados miembros del Cuerpo, a través de los cuales Dios actúa para el bien de todos. Solamente unos pocos entre muchos son aquellos a quienes las Escrituras llaman ministros de la Palabra o siervos públicos de Cristo. No estamos hablando en el sentido general, es decir, que todos deben servir al Señor cada día de sus vidas. Más bien se trata aquí del ministerio de la Palabra digno y adecuado, porque está claro que no todos los cristianos tienen las facultades para predicar con provecho la Palabra de Dios para las almas de otros.

Según las Escrituras, el ministerio espiritual de la Iglesia debe efectuarse mediante los dones que Cristo dio a la Iglesia. Estos dones son hombres dotados y capacitados por Él para efectuar tal obra. No pueden desempeñarlos hombres que meramente hayan escogido el ministerio como profesión. Ni tampoco aquellos que reclamen el derecho de ministrar porque hayan recibido su preparación en universidades y seminarios y hayan sido ordenados por el hombre para cumplir el así llamado ministerio de su iglesia denominacional. Todo esto es muy común hoy en día y se lo considera como el modo correcto para proveer el ministerio en las congregaciones. Pero es del todo contrario a las Escrituras y opuesto a la voluntad de Dios acerca de su Iglesia y su ministerio. Cuando alguien escudriña las Escrituras a fin de considerar a la Iglesia apostólica y compararla con el sistema organizado de las congregaciones de hoy, forzosamente tiene que llegar a la conclusión de que este sistema no tiene fundamento bíblico alguno, sino que, por el contrario, es una invención humana. Luego consideraremos esto con más detalle.

Aparte de lo arriba expresado se debe notar que el texto de Efesios 4 dice que los dones del ministerio fueron dados por Cristo para perfeccionar a los santos y para edificar el cuerpo de Cristo. Si el Señor le ha dado a uno un don para enseñar, por ejemplo, para predicar o pastorear Sus ovejas, es un don para el bien de la Iglesia entera, no solamente para cierto grupo denominacional. Ya hemos visto que, en la Biblia, Dios habla solamente de un Cuerpo –su Iglesia–, constituido por creyentes nacidos de nuevo1 . Esta es la Iglesia a la cual Dios ha dado dones. Es la Iglesia a la cual todo verdadero ministro de Cristo debe servir y procurar edificar. Así los dones y los ministros verdaderos, dados por Cristo, son para el provecho de toda la Iglesia dondequiera que el Señor los envíe.

Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros,

dice Pedro (1 Pedro 5:2). Es la grey de Dios, no la grey del hombre. Abarca a todo Su pueblo en derredor nuestro.

Cristo no dio dones a los hombres solamente cuando ascendió a lo alto, sino que continúa esta obra allí en los cielos como cabeza de la Iglesia y como Dador de todo don requerido para la continuación de su Iglesia en este mundo. Sigue dando dones a los hombres, suscitando y llamando a este o aquel, dirigiéndoles a fin de que sus propias almas reciban divina instrucción. Les está dando un poder, no poseído antes, para despertar, iluminar y afirmar a las almas en la gracia de Dios. Los capacita también para comunicar la verdad a los creyentes de una manera convincente. Este ministerio continuará “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe”, como nos lo asegura el texto de Efesios 4:13. Por consiguiente, estamos autorizados a esperar una perpetuación de un ministerio del mismo carácter, el cual mana de la misma fuente, tal como sucedió en la Iglesia de los tiempos apostólicos. Lo que se necesita para ganar almas y para cuidar de ellas después de ganadas permanecerá hasta la venida de Cristo. En ese momento todo estará perfecto.

Para definir mejor lo que es un don queremos agregar que este es un poder espiritual que procede de lo alto y actúa sobre las almas. Es más que una habilidad natural para hablar o enseñar, aunque bien se debe recordar que Cristo sí da talentos “a cada uno conforme a su capacidad” (Mateo 25:15), o sea que el Señor toma en cuenta la habilidad natural en su distribución soberana de dones y talentos ministeriales. No obstante, una aptitud natural por sí sola no hace a uno ministro de la Palabra de Dios. Es imprescindible que un don sea otorgado por Cristo al siervo.

En 1 Corintios 12 los diversos dones son considerados como manifestaciones del Espíritu (v. 7):

Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere (v. 11).

Sin embargo, el Señor es el apropiado y verdadero dador; el Espíritu de Dios es más bien el conducto intermediario para transmitir el don y hacerlo efectivo; Él es la energía mediante la cual obra el Señor.

  • 1Véase el n.º 1 de esta serie: ¿Qué es la Iglesia?

Apóstoles y profetas

Estos dos dones son los primeros mencionados en Efesios 4:11 que el Cristo ascendido dio a su Iglesia.

Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas.

Ellos forman lo que puede llamarse dones fundamentales, usados por Dios para poner una base firme sobre la cual habría de ser edificada la Iglesia. Esta obra fue hecha por aquellos a quienes Dios habilitó de una manera especial.

Efesios 2:20 habla de la Iglesia como edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Por supuesto que Cristo es, en el sentido más amplio y más elevado, el fundamento: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. No obstante, según las palabras de otro autor, se podría decir que «los apóstoles y los profetas fueron usados no solo para revelar los pensamientos de Dios respecto a la Iglesia, sino también en lo particular para poner con autoridad los principios que rigen la Iglesia de Dios, la cual es el objeto de sus cuidados en la tierra. Para distinguirlos, los apóstoles fueron caracterizados por una autoridad activa (o en acción), en tanto que los profetas se distinguieron por anunciar este gran misterio según la mente y la voluntad de Dios» (W. Kelly).

Los apóstoles ocuparon una posición única en su género en el establecimiento de la Iglesia, una posición que no se pudo transmitir a otros. Fueron testigos especiales de la resurrección de nuestro Señor. Véase Hechos 1:22; 1 Corintios 9:1 y 15:5-8. Por consiguiente, no puede haber ninguna «sucesión apostólica», tal como lo pretenden varios grupos eclesiásticos hoy en día. Solamente alguien nombrado por el Señor y que a la vez hubiese sido testigo de su resurrección pudo ser apóstol en el pleno sentido del término.

Los doce y Pablo –este como el apóstol especial de la Iglesia– son los dones apostólicos. Se les confió el establecimiento de la Iglesia y su alimentación durante sus comienzos. Además, se les encomendó que proveyesen a la Iglesia una guía infalible para todo el tiempo de su historia terrenal (junto con el resto de las Escrituras). Tenemos esa guía en las Escrituras apostólicas, perfectamente inspiradas por Dios. Por eso, a pesar de no tener con nosotros personalmente a los apóstoles, sí los tenemos a través de sus Escrituras como una guía fundamental para la Iglesia.

Los profetas aquí mencionados no son los profetas del Antiguo Testamento, sino los que fueron posteriores a Cristo. Estos profetas del Nuevo Testamento hablaron a sus semejantes directamente de parte de Dios. Muchas veces revelaron de un modo sobrenatural Su pensamiento en cuanto al presente o al futuro. Un profeta es alguien que da a conocer la verdad a las almas tan claramente, que las pone en contacto directo con Dios. Judas y Silas, por ejemplo, son mencionados como profetas en Hechos 15:32. Exhortaron y confirmaron a los hermanos. No todas las Escrituras habían sido escritas cuando la Iglesia empezó y los apóstoles no podían estar en todas partes. Por eso Dios suscitó a profetas, quienes, en ciertos casos al menos, fueron los canales de la revelación divina.

Pero ahora la revelación está completa; tenemos la totalidad de la Palabra de Dios y no necesitamos más. De manera que no hay más necesidad de estos profetas, en el sentido más amplio del término, porque el canon de las Escrituras1 ahora está completo. En un sentido menos elevado, lo que en nuestros tiempos es comparable con la obra profética en cuestión es la restauración de la verdad y la poderosa acción del Espíritu sobre los santos en general. Por esta obra del Espíritu los santos recuerdan aquello que una vez les fue revelado pero que luego estuvo completamente perdido. El recordar las verdades concernientes a la justificación por la fe, a la naturaleza de la Iglesia como cuerpo de Cristo y a la esperanza del creyente en cuanto a la venida del Señor en busca de su Iglesia, se asemeja a la obra profética en este particular. “Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación” (1 Corintios 14:3).

  • 1Por canon de las Escrituras queremos decir el catálogo de los libros auténticos de las Sagradas Escrituras. El número de estos libros es sesenta y seis: treinta y nueve integran el Antiguo Testamento y veintisiete el Nuevo Testamento.

Evangelistas

Él mismo constituyó… a otros evangelistas.

Este don, así como también los mencionados en el resto de este versículo de Efesios 4:11, está todavía a nuestra disposición hoy en día y en ejercicio ante el mundo. El evangelista es el instrumento habitualmente utilizado por Dios a fin de ganar almas para Cristo. El hombre al cual se le ha dado tal don no se limita a desempeñarlo en un solo lugar, sino que está listo para ir acá y allá, doquier el Señor le guíe por el Espíritu, para suplir la necesidad de las almas.

«Los evangelistas, como su nombre lo sugiere, son heraldos de las buenas nuevas, predicadores del Evangelio de la gracia de Dios. Despiertan a los negligentes y ganan almas para Cristo. No todos los creyentes tienen el don de evangelista, aunque todos deberían tener amor hacia las almas y estar listos para conducir al pecador a Cristo.

Los que han recibido el don de evangelista sienten una verdadera pasión por las almas. Los caracteriza un verdadero anhelo y sufren dolores de parto por los inconversos. Son instruidos acerca de cómo presentar el Evangelio, cómo atraer a las almas, cómo distinguir la verdadera ansiedad de la falsa y cómo distinguir la realidad de la mera profesión. Es su gozo conducir pecadores a Cristo y ver integrados a la Iglesia a aquellos que antes estaban en el mundo.

«Un evangelista es un hombre de oración. Lo es porque comprende que toda la obra es de Dios y que los métodos tienen poca importancia. Es, además, un hombre de fe que cuenta con el Dios viviente. Es un estudioso de las Escrituras a fin de presentar a las almas solo la verdad. Tiene mucho valor, pues no teme ir ni siquiera adonde le pueden esperar “prisiones y tribulaciones”. Es un hombre que tiene en mente el único propósito de rescatar a los que están pereciendo, llevándoles el glorioso Evangelio del Dios bendito. Es un hombre lleno de energía que insta a tiempo y fuera de tiempo. Es un hombre perseverante que no se desanima si no ve de inmediato el fruto de su trabajo. En conclusión, es un hombre humilde que se gloría en ese Otro, diciendo de corazón: “No yo, sino la gracia de Dios que estaba conmigo”» (S. Ridout).

La preocupación esencial del evangelista son las almas perdidas e inconversas, y su esfera de trabajo es el mundo, mientras que la esfera del pastor y del maestro está en la Iglesia y entre los hijos de Dios. El evangelista se parece al cantero que se dedica a extraer las piedras en bruto y las trae de la cantera para ser labradas y pulidas. El evangelista halla almas en la cantera del pecado y las lleva a Cristo, quien las salva y las añade a su Cuerpo, la Iglesia, mediante el bautismo del Espíritu. También se ocupa en asegurar que estos recién nacidos, sus hijos en la fe, sean introducidos también en la comunión y el cuidado de la Iglesia de Dios. Allí pueden ser edificados y alimentados mediante los dones del pastor y del maestro.

El evangelista enseñado por el Espíritu no dirá al nuevo convertido que se una con la iglesia de su preferencia o con la de su familia, práctica esta que se ve muy a menudo. Por el contrario, le mostrará que ya está en la Iglesia, que ya es un miembro de ella, y que ahora debe buscar a los que forman “la Iglesia del Dios viviente” de Dios en el lugar en que él vive. Debe escudriñar las Escrituras para cerciorarse del pensamiento de Dios y del orden en cuanto a la comunión de los santos, de la misma manera que siguió aquella Palabra en lo referente a la salvación de Dios.

En Hechos 21:8 leemos acerca de “Felipe el evangelista”. En Hechos 8 tenemos un relato de sus labores. Este pasaje nos da una ilustración de la naturaleza y actividades propias del don de evangelista. En el apóstol Pablo vemos también el funcionamiento de este don, aunque él poseyó además el de pastor y maestro y fue, al mismo tiempo, un apóstol. Su fin fue anunciar “el evangelio en los lugares más allá de vosotros” (2 Corintios 10:16). Estas palabras bien pueden servir de verdadero lema para todo evangelista.

El Señor dijo: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” y “la mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Juan 4:35; Lucas 10:2). Al acordarnos de estas palabras somos constreñidos a orar para que Dios promueva verdaderos evangelistas y que envíe a los ya dotados y llamados. La necesidad es grande y la obra es bendita. Evangelista: aviva “el don de Dios que está en ti”… “que prediques la palabra… haz obra de evangelista” (2 Timoteo 1:6; 4:2, 5).

Pastores y maestros

Estos dones se dan para el cuidado de niños espiritualmente recién nacidos en Cristo a fin de conducirlos al conocimiento de la verdad y de guardarlos fieles a ella. Todos los dones de Cristo se dan “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo… para que ya no seamos niños” (Efesios 4:12-14). Dios quiere que sus hijos crezcan en la verdad; por eso ha dado estos dones para su edificación y crecimiento. Esta es esencialmente la obra y el propósito de aquellos que están ejerciendo los dones de pastores y maestros.

Estos dones se vinculan en nuestro pasaje; no dice: «Constituyó a unos pastores y a otros maestros», sino: “Constituyó… a otros, pastores y maestros”. Los dos se mencionan juntos, mostrando que están estrechamente ligados, aunque constituyan dones diferentes. Un creyente puede tener el uno sin el otro o puede poseer ambos. Estos dones se dan para el cuidado y la ayuda del pueblo de Dios y están estrechamente relacionados.

Pastores

La palabra traducida por “pastores” quiere señalar a uno que da de comer y cuida a las ovejas de Dios. La Palabra menciona a aquellos a quienes el Señor ha capacitado y dotado para “apacentar la grey de Dios” (1 Pedro 5:2) y los ha llamado para esta obra. El Buen Pastor desea que sus ovejas no solo sean libradas del enemigo, sino también que sean guardadas, guiadas y alimentadas. El pastor atiende a los del pueblo de Dios, los guarda de errar el camino y procura traerlos de vuelta cuando se han desviado. Aquel que es pastor tendrá un corazón compasivo y ministrará consuelo a las ovejas de Dios en tiempos de aflicción. Participará en sus pruebas y problemas y procurará alentarlas y fortalecerlas. Les dará consejos, aliento y corrección mediante la aplicación de las Escrituras como el caso lo requiera. Vigila sobre las almas y las pone sobre aviso si estas tienden a ser negligentes o mundanas.

Un pastor tiene que poseer no solamente el conocimiento de la verdad, sino el poder y el don para instar día tras día a los individuos. Aplica la verdad de modo práctico, haciendo que esta actúe sobre el corazón y la conciencia. Se interesa por cada oveja de Cristo individualmente e interviene para mejorar su estado. Quizás su trabajo esté acompañado con el sufrimiento, algo que la naturaleza humana trata de evadir, pero esta actividad es una obra muy bendecida y altamente necesaria. La obra del pastor es principalmente de carácter privado, de manera que no es necesario que sea un orador ni tome un lugar muy prominente. Tales son las principales características del don de pastor. No obstante, puede ser que el pastor también tenga el don de predicar y enseñar y de trabajar públicamente.

Debido al uso común que se le da al vocablo «pastor», puede ser necesario que distingamos entre este y lo que hemos venido considerando de acuerdo con las Escrituras. Hoy en día, el que es escogido como ministro de una iglesia denominacional es llamado «el pastor de la iglesia». Tal oficio como «pastor oficial de una iglesia» es desconocido en las Escrituras y no existió en la Iglesia apostólica. Uno podía ser «un pastor» en cuanto a su don en la iglesia local, pero en la Biblia nunca hallamos a un hombre descrito como «el pastor» o «el ministro» a cargo de una iglesia local del pueblo de Dios. (Este asunto se trata más detalladamente en el fascículo n.º 2 de esta serie, titulado «Seis principios básicos»).

El hombre llamado pastor en Efesios 4:11 es alguien que ha recibido de Cristo el don especial y la calificación para pastorear las ovejas de Dios y cuidar de ellas dondequiera que las encuentre. Es pastor en cuanto al don y al servicio, aunque también puede hacer un trabajo secular para ganarse la vida mientras cuida del pueblo de Dios en su localidad; o puede dedicar todo su tiempo a este servicio y viajar de lugar en lugar sirviendo a “la iglesia del Dios viviente”. También es posible que trabaje mucho en un solo lugar. Todo su servicio depende de cómo lo dirija su Maestro y Cabeza en el cielo.

Puede haber varios pastores en un testimonio local de la Iglesia de Dios. Cada uno de ellos cuidará de las almas, pero ninguno de ellos usará la posición o el título de «el pastor» o «el ministro» de la congregación. Reclamar tal título u oficio sería usurpar el lugar del Espíritu Santo. Es el derecho soberano de Este usar a quien Él quiera para que sea su portavoz en la Iglesia (véase 1 Corintios 12:11).

En los sistemas eclesiásticos actuales uno puede llevar el título de «pastor» sin tener verdaderamente un don pastoral dado por Cristo. A veces tal persona ni siquiera es convertida. O, si de veras es un hijo de Dios, puede ser que tenga más bien el don de evangelista. No obstante, su congregación también espera de él un ministerio de pastor y maestro. Y si Cristo no le ha dado estos dones, resulta que tiene el título y el oficio de «pastor y ministro» sin estar capacitado para ello. Puede ser que haya otro en la congregación que de veras tenga el don de pastorear y no le sea permitido –ni se espera– que ejerza su don, por el simple hecho de que no es el pastor oficial. De la misma manera pueden ser limitados los dones de evangelistas y maestros. Todo esto es contrario al orden que Dios instituyó para su Iglesia y que está revelado en el libro de los Hechos y en las epístolas. Limita y estorba las actividades del Espíritu de Dios y los dones que Cristo da. Creemos de verdad que hay muchos verdaderos ministros de Cristo y muchos pastores dotados que están sirviendo con un título oficial. Creemos, además, que están haciendo un buen trabajo para el Señor en este día de desorden en la Iglesia. Deseamos reconocer todos aquellos dones del Señor y honrarlos, aunque no podamos aceptar su posición apartada de la Biblia. Nuestro tema ahora es el orden de Dios para su Iglesia y el verdadero don pastoral tal como se lo encuentra en las Escrituras. Ese orden es diferente al que el hombre ha establecido en el mundo eclesiástico. (El orden bíblico para ejercer el ministerio en una asamblea local de creyentes es desarrollado en una forma más completa en el fascículo n.º 2 de esta serie, titulado «Seis principios básicos»).

Volviendo al tema de las características del don de pastor, según las Escrituras, podemos decir que, en general, es un don de gobierno y de supervisión. La palabra traducida “apacentar” en Mateo 2:6 y “regir” en Apocalipsis 2:27 quiere decir literalmente “pastorear”, y se traduce por “apacentar” o “pastorear” en Juan 21:16, Hechos 20:28 y 1 Pedro 5:2, en donde se habla del cuidado pastoral1 . Cuando las Escrituras hablan de regir, están refiriéndose a un servicio, y el obrero que gobierna, rige o guía mejor es aquel que brinda un servicio conforme a las enseñanzas del Nuevo Testamento.

Las calificaciones del siervo que se encarga del cuidado pastoral se describen de manera general en aquellos pasajes que hablan tanto de supervisión como de la obra que hacen los ancianos. Los pasajes de referencia son 1 Timoteo 3:1-14 y Tito 1:6-9, ya que la obra de los ancianos está estrechamente ligada a la del que posee el don pastoral. Esto se ve en el encargo dado a los ancianos de Éfeso en Hechos 20:28: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (o supervisores), para apacentar la Iglesia del Señor”.

Ciertamente el don y la obra de pastor es algo muy importante y necesario. Es menester orar para que el Señor de la mies escoja y anime a muchos verdaderos pastores para Sus ovejas. Hoy en día –como también era el caso en el tiempo del Señor– muchos están dispersos “como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36). Quiera Dios que cada uno que esté dotado como pastor, por débil que sea su don, sea conducido a un fresco sentido de su responsabilidad para cuidar a las ovejas de Dios como una tarea de amor. Ojalá sea alentado en esta noble obra. Y si no tenemos personalmente el don de pastor, podemos esforzarnos en tener un corazón lleno de solicitud para actuar como un pastor que cuida las ovejas de Cristo.

  • 1Nota del editor: La versión Reina-Valera traduce la palabra griega «heegeomai», que se encuentra tres veces en Hebreos 13 (v. 7, 17 y 24), por “pastor”. Sería más correcto traducir esta palabra por “conductor”, “los que le dirigen”, “guías”. Sin embargo, la palabra “pastor” está bien traducida en el versículo 20: “Jesucristo, el gran pastor de las ovejas”. Véase también 1 Pedro 5:4.

Maestros

El don de maestro, es decir, del que enseña, es también muy importante y está estrechamente asociado al don pastoral que venimos considerando. Un pastor puede ser de escasa utilidad a un individuo si no cuenta con cierto don para enseñar, pero se puede enseñar sin tener el don pastoral. El pastor se ocupa esencialmente con las personas, mientras que el maestro se ocupa más con la predicación de la verdad. El maestro presenta la verdad de Dios; el pastor procura que la verdad sea recibida individualmente.

Un maestro dado por Dios es alguien que se goza en la verdad y se deleita en ayudar a otros a tener ese mismo gozo. Es una persona dotada para entender y captar las verdades de la Palabra de Dios. Distingue los diferentes aspectos de la verdad, las diferencias de significado y puede también, mediante el poder del Espíritu, poner en claro estas verdades y comunicarlas a otros. Muchos creyentes se deleitan con la verdad en su propia alma, pero no pueden ayudar a otros ni comunicarles lo que ellos mismos disfrutan. Esta es la clase de ayuda que el don de maestro puede proporcionar. El que posee este don expone la verdad con claridad y de manera convincente a quienes le escuchan. La verdad puede así iluminar la conciencia y hace sentir la responsabilidad de ser guiado por la luz de la Palabra de Dios. Tal es el resultado que logra el maestro capacitado por Dios y guiado por el Espíritu.

El maestro es un estudioso de las Escrituras que sabe aplicar sus verdades correctamente, usando “bien la Palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Interpreta las doctrinas que ella expone, descubre y hace resaltar las perfecciones de las Escrituras, a la vez que explica sus dificultades. Se deleita siempre en enseñar las cosas profundas de la Palabra a los hijos de Dios. Se complace desarrollando en ellos el carácter de Dios. Es también el que se enfrenta a las enseñanzas del error y pone al descubierto doctrinas falsas y perniciosas. Así salvaguarda y libera a las almas. Y, siendo que Cristo es el tema y el centro de toda la Escritura y de todas sus verdades, el maestro divinamente instruido siempre exaltará y pondrá de relieve las glorias de Su persona y Su obra. Esta será la característica más prominente de su ministerio.

¡Qué don tan valioso son los maestros para la Iglesia! Cuán necesarios son y cuán agradecidos al Señor debemos estar por tenerlos. Él es quien provee todo maestro dotado para que sus santos sean afirmados en la verdad, y no sean niños fluctuantes, llevados por doquier de todo viento de doctrina (Efesios 4:14). Como el error y las malas doctrinas abundan por todas partes, debemos orar para que Dios escoja y aliente a maestros divinamente dotados, capaces de proclamar la verdad de Dios con poder y claridad, para que las almas sean liberadas de enseñanzas erróneas y perniciosas y para que los cristianos sean edificados en la fe. Nos conviene orar también a fin de que sus servicios en la Iglesia no sean estorbados por los sistemas humanos, y así el ministerio dado por Dios sea libremente ejercido bajo la exclusiva dirección de Cristo, la Cabeza.

En este día de enseñanzas perversas y adulteradas hay gran necesidad de un «Evangelio docente» para afirmar en la verdad y libertar a las almas que han sido despertadas. Esa docencia es la unión de la obra del maestro y de la del evangelista. Un ejemplo de Evangelio docente es la epístola a los Romanos, en la cual el apóstol enseña los principios del Evangelio a los creyentes. Pablo tenía muchos dones. Fue apóstol, profeta, evangelista, “maestro de los gentiles” y, a la vez, era un verdadero pastor. Sus palabras a Bernabé ponen en evidencia su corazón de verdadero pastor: “Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la Palabra del Señor, para ver cómo están” (Hechos 15:36). Estas palabras son un buen lema para todo pastor de las ovejas de Cristo.

Otros dones

Ya hemos considerado detalladamente los cinco dones prominentes dados a la Iglesia –apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros– tal como se los menciona en Efesios 4:11. Estos son los dones mayores, y podemos estar seguros de que los últimos tres (evangelistas, pastores y maestros) continuarán hasta que el Señor reúna a la Iglesia en la gloria de la casa del Padre (Efesios 4:13). Estos versículos de Efesios no nos dan una lista completa de todos los dones que Cristo da a su Iglesia, sino de los más importantes. Después de mencionar estos dones, el apóstol habla de todo el cuerpo de Cristo, de “todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro” (v. 16). Todos los miembros del Cuerpo tienen algo que dar para la edificación del mismo. Cada uno, hermano o hermana, tiene su lugar y su servicio: uno puede exhortar públicamente mientras que otro puede tener una palabra de sabiduría, aunque no tome la palabra en público. Si queremos sacar provecho del ministerio desplegado por toda coyuntura y toda parte del Cuerpo, debe haber lugar y oportunidad para tales ministerios en la Iglesia. Si una sola persona está establecida como ministro (de una congregación), esto priva o limita a los demás de funcionar como miembros del cuerpo de Cristo. Semejante ministerio no está contemplado en las Escrituras.

Varios dones se mencionan en Romanos 12:4-8 y en 1 Corintios 12. Algunos de estos son más o menos los mismos que los de Efesios 4, aunque con modificaciones o diferentes formas. Los dones de profecía, servicio, enseñanza, exhortación y gobierno mencionados en Romanos 12 estarían incluidos, sin duda, en los dones relativos a la enseñanza y el oficio de pastor que se citan en Efesios. La “palabra de sabiduría” y la “palabra de ciencia”, mencionadas en 1 Corintios 12 como dadas a algunos por el Espíritu, corresponden a los dones de pastor y de maestro, respectivamente.

Los dones milagrosos

Estos dones mencionados en 1 Corintios 12 –tales como los de sanidad, el de hacer milagros y las varias clases de lenguas e interpretaciones– fueron los que acompañaron la venida del Espíritu Santo a la tierra al ser inaugurado el Evangelio y la Iglesia. No hay promesa alguna de que estos dones continúen hasta la venida de Cristo, como ocurre, en cambio, con los dones de Efesios 4. En efecto, 1 Corintios 13:8-10 dice que cesarán las lenguas. Este texto establece diferencia entre lenguas, profecías y ciencia. Indica que solamente las dos últimas continuarán hasta “cuando venga lo perfecto”, es decir, hasta la venida de Cristo.

Después de la primera epístola a los Corintios, leemos en el Nuevo Testamento muy poco acerca de milagros y los notamos cada vez menos a medida que transcurre el tiempo. En el Antiguo Testamento los milagros no fueron permanentes; fueron acontecimientos excepcionales para destacar el principio de alguna nueva obra de Dios. Sin duda alguna que así fueron estos poderes milagrosos del Nuevo Testamento: dones temporales para la Iglesia primitiva. Hoy en día, dentro de una Iglesia en desorden, con divisiones y rebeliones de toda índole, el Espíritu está contristado y no puede actuar con una plena manifestación de señales poderosas. El hacerlo pondría Su sello exterior en una situación de confusión. Estamos enterados de que varias personas pretenden poseer estos dones en el día de hoy, pero faltan las marcas distintivas de la obra del Espíritu. Por lo tanto, no podemos aceptar sus pretensiones como genuinas.