La Iglesia del Dios viviente n°8

Los dones y el ministerio

Preparación y formación

Habiendo considerado al único Señor del siervo y su llamamiento, podemos hablar ahora de su preparación y formación para el ministerio de Cristo. En esto también las Escrituras deben ser nuestra guía y no las opiniones de los hombres. Tampoco lo deben ser las costumbres y prácticas del mundo eclesiástico de nuestro tiempo.

Seguirle a Él

Cuando Jesús deseó llamar a doce apóstoles como sus siervos para llevar a cabo su gran obra, fue al mar de Galilea y allí sacó de sus labores de pesca a Simón, Andrés, Santiago y Juan. Les dijo:

Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres
(Marcos 1:17).

Escogió a sencillos y humildes pescadores, tal como eran, con lo que poseían. Los llamó para que le siguieran y les prometió que haría de ellos instrumentos útiles para Él a fin de realizar la obra maravillosa de salvar almas. Su preparación y formación serían obtenidos al seguirle cada día, al estar con Él y aprender de Él. Él les enseñaría todo lo necesario y los haría verdaderos ganadores de almas.

Marcos 3:14 también nos dice que “estableció a doce, para que estuviesen con él y para enviarles a predicar”. El compañerismo con Jesucristo es lo único que puede capacitar y formar a todo siervo dotado y llamado para su servicio. En la soledad de su cuarto, uno Le halla mediante la oración y la meditación de su Palabra. Allí Él le enseña muchas cosas. Desde este lugar apartado uno puede salir con la energía del Espíritu de Dios, quien mora en el creyente, a fin de ser testigo de Cristo ante los hombres. Él es el gran Maestro y nadie puede enseñar como Él. Sabe cuáles lecciones debe aprender cada siervo y cómo preparar y equipar a cada uno para su servicio particular en el cuerpo de Cristo.

La escuela de la experiencia práctica

El Señor da dones a quienes llama, pero estos dones tienen que ser perfeccionados y desarrollados mediante el largo y constante crecimiento en la escuela de Dios. Cuando el Señor llama a alguno para que participe en Su obra, lo pone en su escuela y Él mismo se encarga de su formación, usando varios medios, circunstancias e instrumentos que están bajo su supervisión. Dios quiere también que aprendamos uno del otro en su escuela. Debemos sacar provecho de las experiencias de otros. Esta es la escuela de la experiencia práctica de la cual el siervo nunca sale. Sigue sirviendo y aprendiendo día a día en comunión con su Maestro, el más paciente, bondadoso y concienzudo Maestro de los que enseñan. En esta escuela uno sirve y trabaja para el Señor mientras aprende, y aprende mientras sirve. La práctica se combina con la teoría, y la verdad se aprende tanto en el corazón como con la inteligencia, cosa que siempre debe ser así.

Esta escuela práctica de Dios es la única escuela que encontramos en la Biblia para formar a los siervos de Cristo y que, por ende, cuenta con la aprobación divina. Hoy en día es todavía la única escuela que puede formar y capacitar de una manera adecuada. Ninguna escuela ni universidad ideada por los hombres puede ser mejor que la enseñanza que Dios da a sus siervos. No hay ninguna educación comparable con la que se recibe a los pies del Maestro y en contacto diario con los hombres.

Dios escoge

Dios escoge a hombres para el ministerio en todas las clases sociales y entre todas las condiciones existentes para alcanzar a toda clase de gente. Los toma entre individuos con cualquier tipo de educación y experiencia que posean y, por su Espíritu y por su Palabra él completa lo que les falta. Esto se ve en los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Moisés, instruido con toda la sabiduría de los egipcios, fue llamado del palacio a la tierra de Madián “a través del desierto” (Éxodo 2:15; 3:1). Allí fue enseñado en la escuela de Dios mientras pastoreó ovejas por un período de cuarenta años, después de lo cual fue enviado a Egipto para servir a Dios. Gedeón fue sacado del oficio de desgranar trigo para que sirviera a Dios. David fue tomado de las manadas de corderos, Eliseo de detrás de un arado y Esdras de los rollos de la ley de Moisés. Saulo de Tarso fue tomado de su gran erudición y de su alto lugar en el judaísmo para caer a los pies de Jesús. Más tarde, y luego de un período de soledad en Arabia, fue mandado a trabajar para el Señor Jesucristo.

Si permitimos que Dios llame y forme a sus siervos, tendremos un ministerio divinamente constituido. Los siervos de Dios serán tomados de todos los rangos de la sociedad, desde la más alta posición hasta la más baja, y serán capacitados para alcanzar todas las clases y condiciones de los hombres. Todo esto será posible sin la ayuda de una escuela teológica. Así veremos a los más grandes intelectuales interpretando la Palabra de Dios tal como la aprendieron estando de rodillas. Por otra parte, tendremos a personas simples, leyendo la Biblia con dificultad, pero explicando su mensaje con poder, en la dependencia de su Maestro.

En el día de hoy y en la mayoría de las escuelas de teología se imparte un máximo de instrucción humana y un mínimo de enseñanzas bíblicas. En esos mismos lugares, el modernismo –con sus ataques satánicos contra las Sagradas Escrituras y los fundamentos de la verdadera fe cristiana– ha echado sus raíces. Resulta que el modernismo se les enseña a los futuros ministros. Estos, a su vez, salen de las universidades con una mínima fe en la Biblia, para luego enseñar cosas que conducirán a las almas a la confusión y quizás hasta la perdición. Tal es el resultado de la introducción de un plan contrario al método instituido por el Señor para enseñar a sus siervos.

Jeremías 1:5 y Gálatas 1:15-16 muestran cómo Dios escoge y llama a sus siervos aun antes de que hayan nacido. Así, Dios modela el vaso para cumplir Sus propósitos y ordena todas las circunstancias de su vida. Todas aquellas cosas por las cuales el futuro siervo habrá de pasar son calculadas por Dios, a fin de prepararle y formarle para cumplir la obra en su vida, aun cuando todavía sea un inconverso inconsciente del llamado celestial. El apóstol Pablo es un buen ejemplo de un hombre que posee un carácter natural extraordinario, además de una formación y habilidades notables antes de su conversión. Todas estas cualidades fueron ordenadas por Dios para capacitarle a fin de que ocupara su lugar especial en el ministerio de la Iglesia de Dios.

Estudiar la Biblia

Las instrucciones de Pablo al joven siervo Timoteo muestran qué es lo más importante para un ministro de Jesucristo.

Ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza… Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello
(1 Timoteo 4:13-16).

“Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo… Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad… Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 2:7, 15; 3:15-17).

Lo que capacitará a cada siervo que tiene un don para la obra del Señor es procurar un conocimiento completo de las Escrituras bajo la dirección del Espíritu Santo. Junto con esto, necesita dos cosas: un andar santo en la verdad y experiencia en el servicio. Le es menester estudiar y meditar la Biblia y no los libros teológicos de los hombres y cosas por el estilo. Nótese que hacer caso de la Palabra es lo que hace al “hombre de Dios perfecto y enteramente preparado para toda buena obra”.

La necesidad de separación

Otro punto importante que notar en relación con nuestro tema se halla en 2 Timoteo 2:19-21 y trata de la necesidad de apartarse de la iniquidad.

Si alguno se limpia de estas cosas (vasos viles) será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda obra buena.

Aquí encontramos un elemento esencial en la verdadera preparación para el servicio del Maestro: la obediencia a la verdad de Dios y la separación de todo lo que es contrario a su Palabra. Uno no puede esperar que Dios le enseñe mientras permanezca en comunión con lo que sabe que es malo. Cristianos, ¡consideremos esto detenidamente.

La parábola de los talentos de Mateo 25:14-30 nos presenta otro principio vital en relación con el servicio. “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado” (v. 29). El Señor muestra en esta parábola que, al que usó sus talentos fielmente, le fue dado más. En contraste, al que no hizo ningún uso del suyo, le fue quitado. Al usar nosotros la capacidad y el conocimiento en las cosas divinas, las cuales nos ha dado el Señor, Él da más a fin de que esto sea usado para Él. Así es cómo el siervo hace progresos en la escuela de Dios y su utilidad crece aun más.

Estamos convencidos de que lo antedicho es el método de Dios para la preparación y formación de sus siervos. Muchos han probado que esto es verdad.

La ordenación

El pensamiento común y la enseñanza actuales en el mundo eclesiástico son que uno que quiera ser ministro de Jesucristo debe ser educado en una escuela o universidad teológica y luego ser ordenado por una corporación humana de autoridades religiosas. (Ordenado quiere decir nombrado e investido de autoridad para desempeñar las funciones de ministro). Solo entonces es considerado como ministro ordenado, plenamente competente y debidamente autorizado para llevar a cabo la obra del sagrado ministerio de una iglesia. Sin esta ordenación formal, hecha por el hombre, uno no es, según el pensamiento teológico general, un ministro cabal y autorizado. Además, según esta ideología, tampoco puede desempeñar todos los servicios de un ministro debidamente reconocido, tales como administrar el bautismo y la Cena del Señor.

Tal es la enseñanza de los hombres en la actualidad, pero “¿qué dice la Escritura?” (Romanos 4:3) es otra vez nuestra pregunta. ¿Qué enseña la Palabra de Dios sobre esta cuestión? Esto debe ser nuestra preocupación principal. No importa lo que diga o piense el hombre, por instruido o autorizado que se le considere.

Dios es quien ordena

Las Escrituras nunca mencionan una ordenación de parte de los hombres. Cuando nos referimos al tema de la preparación y la formación de los siervos de Dios, citamos Jeremías 1:5 y Gálatas 1:11-12, 15-16 para mostrar que Dios escoge y llama a sus siervos aun antes de su nacimiento y que los prepara de allí en adelante. Queremos ahora volver a citar esos pasajes en relación con el asunto de la ordenación.

Jeremías dice: “… vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”. Y Pablo dice en Gálatas:

El evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo… Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre.

En 1 Timoteo 1:12 Pablo da gracias a Dios por ponerle en el ministerio y en 2 Timoteo 1:8-11 habla de la salvación y del llamamiento en Cristo, así como del “evangelio, del cual” fue “constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles”. Así también, en el caso de los doce apóstoles, Marcos 3:14 nos dice que fueron establecidos, autorizados y enviados por el Señor mismo. Estos versículos afirman claramente que Dios mismo es quien llama y nombra para el ministerio. Pablo nos dice precisamente que el Evangelio que predicaba y el ministerio que le había sido dado no eran según el hombre, ni recibidos del hombre, ni aun de los apóstoles que lo fueron antes que él (véase Gálatas 1:1, 11-24). Entonces, si Pablo fue llamado y nombrado por Dios y no aprendió el Evangelio por medio de los apóstoles que lo fueron antes que él, ¿cómo habrían podido ordenarle estos o cualquier otra persona? ¿Y por qué habría de necesitar él u otra persona la ordenación y la autorización del hombre cuando Dios mismo, la autoridad más alta, le había llamado, nombrado, dotado y enseñado?

Ninguna ordenación humana

En las Escrituras no hubo ordenación ni autorización humanas en relación con Pablo o cualquier otro profeta o predicador, ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento. Pablo aun dice que, cuando Dios le llamó, no consultó con ninguna persona humana ni subió a Jerusalén para recibir, por decirlo así, el consentimiento y la autorización de los apóstoles allí (véase Gálatas 1:15-17).

Ahora bien, ese mismo principio que vemos aplicado por Pablo y otros en el libro de los Hechos tiene tanta vigencia hoy como entonces. Si Dios establece, Él es supremo y suficiente. Si Cristo ha dado a un siervo de Dios un don que usar para Él, y si le ha llamado y ordenado para su servicio, este faltaría a la fidelidad al Maestro si recurriera a cualquier corporación humana en demanda de permiso para usar el don. Además, sería infiel si dejara de usar su don solo porque un grupo de hombres no lo aprobara. La recepción de un don de parte de Dios hace responsable de su uso al siervo que lo recibió. Y el ser llamado por Dios acarrea la obligación de obedecerle. Por supuesto, si uno sostiene que Dios le ha dado un don y le ha llamado para servirle, esa afirmación siempre tiene que ser comprobada. Los que son espirituales discernirán sin dificultad si uno tiene un don y ha sido llamado por Dios o no, luego de lo cual, según el caso, animarán o desanimarán al que lo declara, de acuerdo con un juicio espiritual.

Si la Iglesia o cualquier hombre ordenara o nombrara un maestro, pastor o evangelista que ha sido dotado por el Señor y autorizado por el Espíritu Santo para predicar y enseñar, ¿cuál sería el resultado? El nombramiento y el acto hecho por Cristo quedarían descartados como si fueran insuficientes. Sin duda conviene a la Iglesia reconocer y aceptar los dones de Cristo. Esto es obedecerle. Lo contrario, lógicamente, es desobediencia. La Iglesia no puede dar dones espirituales; por lo tanto, no tiene derecho a escoger a sus ministros ni mucho menos a ordenarlos.

No obstante, en cuanto a cosas materiales, como la administración de sus fondos y otras tareas administrativas, sí que la iglesia local tiene el derecho de escoger a sus diáconos que se ocupen de ello, pero esto es algo completamente distinto al hecho de nombrar ministros de la Palabra.

Las Escrituras sí hablan de la ordenación de ancianos u obispos por los apóstoles Pablo y Bernabé o por los que tuvieron un encargo especial del apóstol para tal propósito. Pero nunca leemos de nadie que fuera ordenado por un hombre para predicar el Evangelio, enseñar o ser pastor de una iglesia. No hay tal pensamiento en las Escrituras; la idea no es más que una invención humana. Estos ancianos y obispos (llamados también supervisores; véase Tito 1:5-7) fueron hombres nombrados para desempeñar un oficio o responsabilidades locales en la iglesia. Nunca se debe confundir los oficios con los dones para el ministerio. Oficio y don son cosas enteramente diferentes. Los ancianos y los diáconos con sus oficios ya fueron considerados con más detalle en el segundo libro de esta serie «La Iglesia o Asamblea: Seis principios básicos». El tema que consideramos ahora es el del ministerio espiritual y los ministros.

Para expresar el asunto de una manera precisa, afirmamos que no hay ningún pasaje en la Biblia entera que muestre que una persona dotada como evangelista, pastor o maestro tenga que ser ordenada por los hombres antes de poder desempeñar un ministerio espiritual y ser un ministro autorizado. Miraremos ahora unos casos en el inspirado libro histórico de la Iglesia primitiva, el libro de los Hechos, para demostrar nuestra afirmación.

Consideremos el caso de Esteban en Hechos 6 y 7. ¿Quién le ordenó para que predicase y ministrase la Palabra de Dios? Él fue uno de los escogidos por la multitud de los discípulos para servir en lo atinente al cuidado de las viudas de la Iglesia (cap. 6:2-5). Fue nombrado u ordenado por los apóstoles para esta obra, la obra de diácono. Más tarde lo vemos hablando la Palabra de Dios y predicando al concilio judío, pero en ninguna parte encontramos mención alguna de que haya sido ordenado para este ministerio. Tampoco leemos que la iglesia de Jerusalén hubiese tratado de impedir que predicara, porque había sido ordenado solamente como diácono. Sin embargo, nunca vimos a un predicador, ordenado por el hombre, predicar con tanto poder o testificar tan fielmente como Esteban, quien no había sido ordenado por los hombres para tal ministerio.

Considérese también Hechos 8:4. Después de la persecución que se levantó luego del martirio de Esteban,

Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.

¿Quién los ordenó o quién lograría estorbar su predicación? El mismo capítulo relata lo exitosas que fueron tanto la predicación como la obra de evangelización realizadas por Felipe, quien, como Esteban, había sido nombrado solamente para desempeñar el oficio de diácono. No hay ni siquiera una insinuación de que Felipe hubiera sido ordenado por los hombres para predicar, ni aun por Pedro y Juan, quienes fueron de Jerusalén a Samaria para ayudar en la obra. Hechos 11:19-23 da más detalles en cuanto a la obra de los creyentes esparcidos en todas las direcciones después de la muerte de Esteban. Habla de Bernabé, a quien los de la iglesia de Jerusalén enviaron a Antioquía, pero ni a este ni a aquellos intentaron ordenarlos. Tal cosa nunca pasó por la mente de ellos.

Miremos ahora Hechos 13:1-4. Este es un pasaje usado frecuentemente por los líderes teológicos como una cita que supuestamente autorizaría la ordenación de ministros. Este pasaje nos dice que había ciertos profetas y maestros en la iglesia de Antioquía. Cinco son mencionados por sus nombres. “Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia”.

¿Quiere decir esta Escritura que Bernabé y Saulo de ahí en adelante fueron ordenados para el ministerio? Los dos se ocupaban enérgicamente en la obra del Señor desde hacía años y ya habían estado en Antioquía, por más de un año, enseñando a la gente y afirmando a los creyentes. ¡Qué absurdo sería pensar que esta iglesia, que apenas comenzaba, tuviera ahora el poder de ordenarlos o hacerlos apóstoles! De ninguna manera este pasaje implica ordenación.

Recomendación y comunión

¿Qué significó, entonces, el ayuno, la oración y la imposición de manos sobre Bernabé y Saulo? La imposición de manos ya se practicaba siglos atrás, como lo vemos en Génesis, en el caso de un padre o un abuelo que imponía las manos a sus hijos. Era una señal de recomendación a Dios de parte de uno que tenía conciencia de su comunión con Él y que, por lo tanto, podía contar con su bendición. También en el Nuevo Testamento este acto se practicaba con frecuencia sin pretensión de conferir ningún carácter ministerial. Aquí, en Hechos 13, se trataba de un solemne y precioso testimonio de comunión con estos honrados siervos de Cristo, en la obra misionera a la cual el Espíritu Santo les había llamado. Hechos 14:26 expresa claramente el verdadero sentido del acto de imposición de manos mencionado en Hechos 13. Dice que más tarde “navegaron a Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido”.

La recomendación de los siervos de Dios y la comunión con ellos en el servicio es, pues, el pensamiento expresado en Hechos 13:1-4. Este principio bíblico todavía es válido para nosotros hoy en día y debería practicarse. Todo siervo llamado y dotado por Cristo debería contar con la recomendación, la comunión y las oraciones de su iglesia o asamblea local de creyentes al emprender la obra del Señor a la cual el Espíritu Santo le ha llamado. Todo debe estar en orden para que sus hermanos puedan recomendarle para la obra, confiarle a los cuidados del Señor y a la comunión de creyentes de otras partes. Este es el orden bíblico, conforme al pensamiento de Dios en cuanto al siervo de Cristo y en cuanto a su ministerio, mientras que la ordenación no es algo bíblico. Mediante este orden según Dios, se evita el extremo del sistema clerical que se funda en la ordenación para establecer la autoridad humana.

Timoteo, un caso especial

Antes de terminar este tema debemos tratar el caso especial de Timoteo; la imposición de las manos por el apóstol había tenido un efecto muy particular para él. Citamos aquí las palabras del comentarista W. Kelly: «Timoteo fue designado de antemano por profecías para la obra a la cual el Señor le había llamado. Guiado por la profecía (1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6), el apóstol le impone las manos y le comunica un poder directo por el Espíritu Santo, poder idóneo para el servicio que habría de efectuar. Los ancianos que estaban en el lugar se unieron al apóstol en la imposición de manos. Pero hay una diferencia en la expresión usada por el Espíritu de Dios, la cual muestra que la comunicación del don dependió exclusivamente del apóstol, y en ninguna manera de los ancianos. Dos palabras griegas en el texto original, «meta» y «dia», hacen esto más claro. La palabra griega «meta» (que significa «junto a», «con») se usa cuando se trata del grupo de ancianos y da la idea de asociación. Ellos estaban asociados en el acto de la imposición de manos. Por su parte, la palabra «dia», usada solamente con referencia a Pablo, indica que él fue el instrumento a través del cual venía el poder espiritual de Dios para Timoteo (la palabra «dia» significa «a través de»). Fue un apóstol quien comunicó tal don. Nunca se oye de ancianos que lo confieran; no fue la función de un obispo (supervisor), sino la prerrogativa (el privilegio) de un apóstol. Solo este (el apóstol) podía comunicar poderes espirituales o investir y encargar con autoridad a los hombres… pero, ¿quién puede hacer esto ahora?».

El lector interesado puede considerar también los casos de Judas y Silas en Hechos 15:22-34 y el de Apolos en Hechos 18:24-28. El servicio de ellos también fue provechoso sin una ordenación humana.

Para concluir este tema, consideremos 1 Pedro 4:10-11 que tiene palabras provechosas para guiar al siervo de Cristo. Estas palabras presentan con sencillez extraordinaria el orden de Dios para desempeñar un ministerio.

Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.

Títulos halagadores

Estrechamente relacionada con la ordenación hecha por el hombre, está la costumbre de otorgar a la persona ordenada títulos halagadores, tales como «reverendo», «padre», etc. Como esta práctica es tan universal en la cristiandad, es necesario que sea examinada a la luz de las Escrituras.

Es impresionante saber que la palabra «reverendo» no aparece ni una sola vez en la Biblia en español. En una muy bien conocida versión en inglés la hallamos una sola vez, pero con referencia a Dios y no al hombre (Salmo 111:9). Este versículo dice así en español: “Redención ha enviado a su pueblo; para siempre ha ordenado su pacto; santo y temible es su nombre”. En inglés las palabras “santo y temible” se traducen por “holy and reverend” (santo y reverendo).

Este versículo muestra claramente que el nombre de Dios es digno de reverencia y no hay otra persona en las Escrituras que merezca tal título. ¿Cómo, entonces, puede un hombre mortal –por piadoso y digno de estima que sea– llevar un título que no se le da a nadie en la Palabra sino a Dios mismo? Reverendo (digno de reverencia) es un atributo que pertenece solo al nombre de Dios. Esta designación nunca se usa en relación con un siervo de Dios ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, nunca debe usarlo ningún siervo de Dios. Ni tampoco se le debe dar tal tratamiento a ningún ministro.

Por supuesto, la Palabra de Dios enseña que los siervos y ministros de Cristo deben ser estimados y honrados. 1 Tesalonicenses 5:12 y 13 dice: “Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan, y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra”. Y 1 Timoteo 5:17 exhorta a que aun “los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”. Pero en ninguna parte hay insinuación alguna de que los que trabajan deban ser llamados con títulos como «reverendo», etc. No debemos mostrarles nuestra estimación y honor dándoles un título que pertenece solo a Dios. Esto es irreverencia hacia Él y ciertamente desagrada a Aquel que merece todo honor y gloria.

Las palabras de C. H. Spurgeon son dignas de notar en relación con esto: «Hay muchos reverendos pecadores y reverendísimos pecadores en el mundo. En cuanto a mí mismo, deseo ser conocido de aquí en adelante sencillamente como un siervo de Dios, y quiero que mi andar y mi conducta prueben que soy su siervo de verdad. Si yo, el siervo de Dios, he de ser estimado en cualquier forma por otros creyentes, no será porque un concilio de ordenación haya puesto delante de mi nombre un atributo robado a Dios. Ni será porque me abotone el cuello atrás o porque mi abrigo sea de estilo clerical, etc. No, cualquier forma de estimación que llegue a manifestarse será solo por causa de mi obra».

Dios habló de Moisés con estas palabras: “… mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa” (Números 12:7). ¡Qué honor tan grande es ser llamado por Dios “mi siervo”! Asimismo los apóstoles, en oración a Dios, hablaron de sí mismos como “tus siervos” (Hechos 4:29). Y en Filipenses 1:1, Pablo y Timoteo se llaman “siervos de Jesucristo”. Seguramente esto es suficiente honor.

El Señor dijo a sus discípulos:

No queráis que os llamen Rabí (maestro); porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro maestro, el Cristo. El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo
(Mateo 23:8-11).

Ciertamente estas palabras son suficientemente claras como para rehusar todos los títulos ministeriales tan en boga hoy en día.

Muchos años atrás, en los tiempos de Job, Eliú dijo: “No haré ahora acepción de personas, ni usaré con nadie títulos lisonjeros. Porque no sé hablar lisonjas; de otra manera, en breve mi hacedor me consumiría” (Job 32:21-22). Sin duda alguna, es inapropiado que los servidores del Salvador rechazado y crucificado lleven tales títulos. Más bien debemos estar listos para recibir títulos injustos o difamatorios procedentes de un mundo que trató así al Señor. El título «Doctor en cosas divinas»1 nunca fue dado por el Espíritu a ningún hombre, y la palabra “pastor” (con minúscula) describe la naturaleza de uno de los dones del Señor, y no se usa como título en las Escrituras. Pero, sí encontramos acerca de Felipe el título de “evangelista” (Hechos 21:8).

  • 1Nota del traductor: Algunos ministros llevan el título «Doctor of Divinity» (Doctor o maestro en cosas divinas, abreviado con la sigla D.D.), título honorario muy conocido en países de habla inglesa. Este título tampoco es apropiado para los seguidores del Cristo crucificado.