La Iglesia del Dios viviente n°8

Los dones y el ministerio

El poder para el ministerio

Antes de terminar esta consideración sobre el siervo individual y su ministerio nos es necesario decir algo sobre el poder requerido para desempeñar este ministerio celestial. Hemos acentuado la necesidad de poseer un don procedente del Señor para el ministerio, pero la mera posesión de un don no es suficiente. Se necesita el poder para desempeñarlo de manera fructífera. Ese poder se halla en el Espíritu Santo, quien mora en cada creyente. Poder no es la elocuencia o la oratoria que tiene a los oyentes bajo su encanto. Es el poder de Dios que obra en un vaso humano y actúa en el corazón de los oyentes. El apóstol Pablo dependía de este poder divino.

Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder
(1 Corintios 2:4).

Entonces, para que el ministerio sea exitoso, el siervo debe depender íntimamente del Espíritu Santo para ser guiado y para que presente la Palabra con un vivo poder. Para esto es esencial que el Espíritu no sea contristado en el siervo y que él sea activo en oración y juicio de sí mismo. Toda erudición y habilidad deben ser puestas a los pies del Señor, y se tiene que esperar en Él como un vaso vacío, deseoso de ser llenado y usado por el Espíritu. Entonces de seguro habrá poder para ministrar las inescrutables riquezas de Cristo. Tal ministerio, dado por Cristo y usado por el Espíritu, es ciertamente todo lo que necesita la Iglesia de Dios.

En relación con esto queremos notificar al lector las siguientes líneas de C. H. Mackintosh acerca del secreto del ministerio.

«El verdadero secreto de todo ministerio es el poder espiritual. No es el talento del hombre, ni sus capacidades intelectuales, ni su energía. Es sencillamente el poder del Espíritu de Dios. Esto fue verdadero en los días de Moisés (Números 11:14-17) y es verdadero hoy en día.

No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos
(Zacarías 4:6).

Es bueno que todos los ministros siempre tengan esto en cuenta. Esta verdad sostendrá el corazón y dará constante frescura a su ministerio.

«Un ministerio que emana de la constante dependencia del Espíritu Santo nunca puede volverse infructuoso. Si un hombre se sirve de sus propios recursos, estos pronto se agotarán. No importa cuáles sean sus capacidades, ni cuán vastas sus reservas de información; si el Espíritu Santo no es el manantial y el poder de su ministerio, tarde o temprano este perderá su frescura y eficacia.

«¡Qué importante es, por lo tanto, que todos los que ministran –sea en el Evangelio o en la Iglesia de Dios– se apoyen continua y exclusivamente en el poder del Espíritu Santo! Él sabe lo que necesitan las almas y Él puede suplirlo. Pero tenemos que confiar en Él y dejar que nos emplee. No se trata de depender en parte de sí mismo y en parte del Espíritu de Dios. Si hay alguna confianza en sí mismo, pronto se hará manifiesto. Debemos eliminar todo lo que pertenece al yo si queremos ser los vasos del Espíritu Santo.

«Una santa diligencia y una gran seriedad son necesarias en el estudio de la Palabra de Dios, como también para comprender los ejercicios, pruebas, conflictos y dificultades que afligen a las almas. Estamos convencidos de que, cuanto más dependamos del gran poder del Espíritu Santo, y dejamos de apoyarnos en nosotros mismos, tanto más diligente y seriamente estudiaremos el Libro y nos ocuparemos de las almas. Sería un error fatal que un siervo usase una pretendida dependencia del Espíritu como pretexto para descuidar el estudio y la meditación que han de ser hechos con oración. “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15).

«Pero después de todo, recuérdese siempre que el Espíritu Santo es el sempiterno e inagotable manantial del ministerio. Solo Él puede sacar, con frescura y plenitud divinas, los tesoros de la Palabra de Dios. Y solo Él puede aplicarlos, con poder celestial, a la actual necesidad del alma. No es cuestión de aportar verdades nuevas; es sencillamente dar a conocer la Palabra misma y aplicarla a las condiciones morales y espirituales del pueblo de Dios. Este sí es un verdadero ministerio».

Que el Señor ayude a todos sus amados siervos a desempeñar su ministerio siempre en el poder del Espíritu Santo.