Introducción
En un tiempo como el presente, cuando casi toda nueva idea se convierte en el centro o punto de reunión de alguna nueva asociación, no podemos menos que percibir el valor de tener convicciones divinamente formadas acerca de lo que es realmente la Asamblea de Dios. Vivimos en un tiempo de inusitada actividad intelectual y, en consecuencia, existe la más urgente necesidad de estudiar la Palabra de Dios con calma y oración. Esa Palabra –bendito sea su Autor– es como una roca que en medio del océano del pensamiento humano se mantiene inconmovible a pesar de la furia de la tempestad y del incesante embate de las olas. Y no solo se mantiene inconmovible ella misma, sino que comunica su propia estabilidad a todos los que simplemente se emplazan sobre ella. ¡Qué gracia es poder escapar así del oleaje y de las sacudidas del tempestuoso océano y hallar la calma y el reposo en esa roca eterna!
Esto, verdaderamente, es una gran bendición. Si no fuera porque tenemos “la ley y el testimonio” (Isaías 8:20), ¿dónde estaríamos? ¿Adónde iríamos? ¿Qué haríamos? ¡Qué oscuridad! ¡Qué confusión! ¡Qué perplejidad! Diez mil voces discordantes llegan, a veces, al oído, y cada voz parece hablar con tanta autoridad que, si uno no conoce bien la Palabra y se apoya en ella, hay un gran peligro de ser disuadido o, al menos, tristemente conmovido y turbado. El uno le dirá a Ud. que esto es lo correcto; el otro le dirá que lo es aquello; un tercero le dirá que todo es correcto y un cuarto le afirmará que nada es correcto. Con referencia a la posición eclesiástica, Ud. se encontrará con algunos que vienen aquí, otros que van allá, algunos que van a todos lados y también algunos que no van a ninguna parte.
Ahora bien, ¿qué debe hacer uno en tales circunstancias? No todo puede ser correcto; y, sin embargo, seguramente hay algo que tiene que serlo. No puede ser que estemos obligados a vivir en el error, en las tinieblas y en la incertidumbre. “Hay una senda” –bendito sea Dios– aun cuando “nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio; nunca la pisaron animales fieros, ni león pasó por ella” (Job 28:7-8). ¿Dónde está esta senda segura y bendita? Oiga Ud. la respuesta divina:
He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia (cap. 28:28).
Procedamos, pues, con temor del Señor, a la luz de su infalible verdad y en humilde dependencia de la enseñanza de su Santo Espíritu, a examinar el tema indicado en el encabezamiento de este escrito; y tengamos gracia para no confiar en nuestros propios pensamientos ni en los de otros, de modo que nos sometamos sinceramente para ser enseñados solo por Dios.
Ahora, para tratar provechosamente el grande e importante tema de la Asamblea de Dios, primero tenemos que consignar un hecho y, en segundo lugar, hacer una pregunta.
El hecho es este: Hay una Asamblea de Dios en la tierra. La pregunta es: ¿Cuál es esa Asamblea?