“Salgamos, pues, a Él”

(Hebreos 13:13)

Conclusión

Si la asamblea realiza su posición fuera del campamento y en los lugares celestiales, probará la poderosa acción del Espíritu de Dios, será nutrida de las cosas celestiales, la espiritualidad se desarrollará y entonces habrá ese sano discernimiento de las cosas. Es necesario, en los días actuales, velar más que nunca, pues el enemigo, astuto y sutil, no presenta las cosas que uno sabe que debe rechazar de plano, sino otras cosas que tienen una hermosa apariencia para descarriarnos y hacernos perder el gozo de las cosas celestiales.

Es preciso, pues, realizar nuestra posición en lugares celestiales en Cristo. No se trata solamente de realizar el cristianismo práctico en las circunstancias del desierto, sino también de hacerlo con el carácter celestial del cristianismo. De tal manera, nutridos con “el manjar sólido que es para hombres hechos”, tendremos “los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”; entonces no llamaremos al mal bien, sabremos rechazar prestamente lo que sea malo, aunque esté recubierto de bellas apariencias y Dios nos mostrará su camino, un camino de dependencia, de humildad y de fidelidad. Nos enseñará qué es la vida de fe, la vida cotidiana en el sendero donde nada hay que sea del hombre, donde todo lo que es del viejo hombre es puesto de lado, pero donde, en cambio, existe el poder de una nueva vida, de una vida celestial.

Sea lo que fuere, lo vil es lo que tenemos como hombres naturales. Cuando somos jóvenes –y aun jóvenes cristianos– somos propensos a dejarnos deslumbrar –y a menudo esta ilusión en la vida va muy lejos– por elementos brillantes del hombre, los que este alía con lo que es de Cristo, y nos sorprendemos de que haya cristianos de más edad que sean estrictos en la separación. Pero después, cuando se andado el camino, vemos lo que es el hombre y, en consecuencia, lo que somos nosotros, como así también lo que es el mundo, y entonces decimos: ¡Cuánta razón tenían esos cristianos! Aunque se tenga por hermosas las apariencias y se esté impregnado del cristianismo –aun del cristianismo más auténtico–, el hombre sigue siendo vil. Lo único que es precioso es Cristo, y Cristo solamente (un Cristo glorioso en su vida y en su muerte), y además todo lo que es de Cristo. La vida divina en un cristiano es lo que se necesita, porque por ella se manifiesta Cristo en el hombre.

Dios no mezcla un poco de hombre natural y el resto de Cristo, no. Ante Dios solo hay dos hombres bien definidos: el primero y el segundo; Adán y el postrer Adán. Todo lo que es del primer Adán es vil; todo lo que es de Cristo es precioso, tanto si es en la vida, en el servicio, en la actividad o en todas las cosas juntas. La condenación de todo lo que es hombre es una maravillosa liberación, tanto colectiva como individual; no hay otro progreso mayor que el de desear conocerla realmente. Pero, como decían nuestros ancianos: ¡Terminar con uno mismo es algo largo! Es preciso progresar en ello.

He aquí lo que ha caracterizado al testimonio. No se trata de dar importancia al hombre; dejad al hombre tranquilo, dejémosle donde está; allí, en su tumba, la que es su verdadero lugar. Entonces la gloria de Cristo llenará nuestra alma y, “contemplando al Señor a cara descubierta, seremos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria”.

Vivir en el testimonio toda una vida y vivirlo hasta la venida del Señor, vivirlo en la senda de la humildad, de la separación con Cristo, ¿es suficiente para el alma? No es poca cosa; los afectos del corazón son puestos a prueba. Y, sin duda alguna, los hermanos y hermanas que fueron guardados en este camino gozaron del Señor. Al término de su carrera no tuvieron pesar alguno de que el Señor los hubiera mantenido separados; antes bien, más de una vez se sintieron pesarosos por no haber realizado lo suficiente la separación inteligente, consagrada en favor de los demás, en favor de todos, pero, en primer lugar, consagrados a Cristo. Tendremos bastantes cosas que lamentar al final de nuestra vida sin necesidad de añadir a ellas el abandono positivo de lo que el Señor nos confió.