La paz con Dios

El Obrero de la paz

Pero ¿cómo puede Dios hacerlo? El Señor Jesucristo se encargó de esta obra. Dicen algunas personas que las buenas obras nos hacen dignos del favor de Dios. Pero la vida de Jesús no borró ni un solo pecado. Fue una vida perfecta, divina, amable y cariñosa hasta lo infinito. Cada paso que el Señor Jesús dio en la tierra fue consagrado a la gloria de Dios. Él oraba toda la noche en la cumbre de la montaña, pero sus oraciones no expiaron nuestros pecados; y, no obstante, hay quienes piensan que por las oraciones de ellos podrán ser justificados. Jesús derramó lágrimas sobre Jerusalén, pero no fueron sus oraciones –aunque preciosas y perfectas– ni sus lágrimas –aunque amorosas y compasivas– las que pudieron lavarnos de nuestros pecados. Únicamente su sangre preciosa pudo lavar nuestras culpas, pagar el precio de nuestra salvación. No son las oraciones, ni las lágrimas, ni las buenas obras, ni el cambio de costumbres lo que nos salva; únicamente “la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado”.

El Señor Jesús se hizo el Obrero de la paz. Nosotros no podemos hacer la paz, pero, según las Escrituras, Jesús hizo la paz “mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20). La paz fue hecha una vez para siempre por el Señor Jesucristo en la cruz del Calvario. Sus palabras, al exhalar el último suspiro, fueron estas: “Consumado es”. Nadie sino él podía decir tales palabras. Él tomó el cáliz de la ira que Dios, obrando conforme a su justicia, le presentó; y llevándolo a sus labios, lo bebió hasta la última gota. ¡Qué Salvador tenemos!

Nunca fue tan querido por Dios como en ese momento, y, con todo, Dios lo abandonó. De sus labios salió aquel amargo lamento: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Los cielos se oscurecieron y el sol dejó de brillar.

«No comprendo. Fue demasiado fácil».

Algunos nos dicen: «No comprendo el Evangelio; ustedes dicen: Crean solamente. Me parece una cosa demasiado fácil». Tal afirmación la he oído en muchas otras partes del mundo; brota naturalmente del corazón humano. Pero es mejor que reflexione, que piense bien: ¿en realidad fue una cosa demasiado fácil? El Señor Jesús descendió del cielo a la tierra. ¡Qué viaje! Además de esto, caminó hasta la cruz. ¡Observe muy bien! ¡Cumplió la pena, entregó su vida, bajó al polvo de la muerte!… ¡Oh, querido amigo! ¿será posible que usted también sea capaz de decir que la salvación es demasiado fácil? ¡No! Sus buenas obras no pueden mezclarse con el valor expiatorio de la sangre de Jesús en el asunto de la salvación de su alma. Depende únicamente de Cristo y su obra en la cruz del Calvario.

El Señor Jesucristo, habiendo hecho la paz por la sangre de su cruz (véase Colosenses 1:20), bajó al sepulcro; pero Dios le resucitó de los muertos y ahora está “anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo” (Hechos 10:36).

En el umbral de la paz eterna

Pero, ¿cómo podemos entrar en el gozo de la paz? Mediante Jesucristo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo” (Hechos 16:31). “De este dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43). Jesús lo hizo todo. Él dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Todo se hace por Cristo, y el alma, desde el momento que confía en Jesús, puede gozar de los frutos de la paz con Dios, mediante el Salvador, Jesucristo.

Observe usted por unos instantes el cuarto capítulo de la epístola a los Romanos. En él encontrará que Abraham fue justificado por la fe, sin obras. Abraham creyó a Dios, dice el pasaje de las Escrituras, “y le fue contado por justicia”; y luego continúa: “Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (cap. 4:23-25).

Este último versículo nos habla de dos cosas: de la muerte de Jesús y de su resurrección. Dice en primer término: “el cual fue entregado por nuestras transgresiones”. Esto es lo que puede afirmar todo creyente. Además, cualquiera que lea este folleto puede decir: «Recibo sinceramente a Jesús como mi Salvador», y está autorizado a dirigir una mirada retrospectiva (hacia el pasado) a la cruz, diciendo con todos los cristianos que han existido desde entonces hasta la actualidad: “Fue entregado por nuestras transgresiones”.

¿Por cuántos pecados?

Permítame dirigirle una pregunta: ¿Por cuántos de sus pecados fue entregado el Señor Jesucristo? Él fue entregado por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Aún no habíamos nacido cuando Cristo murió en la cruz. La historia de nuestras vidas pertenecía al futuro. Pero Dios conocía todos nuestros pasos y él entregó a Cristo por nuestros pecados. ¿Por cuántos? Respóndame conscientemente a esta pregunta. Si examinamos las Escrituras hallaremos escrito en ellas:

La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado
(1 Juan 1:7).

Dios tomó la totalidad de nuestros pecados, todas las faltas en que incurrimos desde la cuna hasta la sepultura, y puso la acumulada carga sobre la cabeza de nuestro Sustituto y Salvador, el Señor Jesucristo, el cual se sometió a todo, sufriendo el juicio en nuestro lugar, dando plena satisfacción a Dios y libertando así para siempre al pecador que cree en Él.

Querido amigo, que su alma medite esta verdad: todos sus pecados fueron cargados por Jesús en la cruz del Calvario, hace casi dos mil años. Él fue entregado por nuestros pecados. Cargó con todos ellos, y exclamó triunfante al morir: “Consumado es”; inclinó la cabeza y entregó el espíritu. Fue puesto en un sepulcro prestado, y allí permaneció hasta que resucitó triunfante. ¿Quién le resucitó de los muertos? La Escritura nos dice: “Dios le levantó de los muertos” (Hechos 13:30). Pero ¿por qué Dios lo hizo? ¿Por qué le levantó de los muertos? La respuesta es muy sencilla: porque la obra estaba hecha con toda perfección. Dios quedaba satisfecho con lo que se había realizado. ¿No es suficientemente claro este punto? Si el Señor Jesús no hubiese llevado a cabo la obra, si no hubiese expiado la totalidad de los delitos que tomó sobre sí en la cruz, no podría, con justicia, haber sido resucitado de los muertos; pero resucitó porque la obra quedó hecha con toda fidelidad y perfección.