La Casa de Dios
En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios moraba entre los israelitas en el Lugar Santísimo del tabernáculo. Más tarde, en el templo, pero todavía en el Lugar Santísimo, sitio donde era derramada la sangre del sacrificio. No obstante, desde la muerte y la resurrección de Cristo, Dios “no habita en templos hechos por manos humanas” como lo declaraba Pablo a los atenienses (Hechos 17:24). Su casa y morada en la tierra ahora es la Iglesia (1 Timoteo 3:15). Por eso conviene que consideremos la segunda figura de la Iglesia: la Casa de Dios.
En Efesios 2:19-22 leemos:
Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.
De estos versículos aprendemos que los creyentes en Cristo son juntamente edificados por el Espíritu sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, con Cristo, principal piedra del ángulo. Este edificio viene a ser una habitación o morada para Dios. Cuando alguien es salvado, el Señor lo añade como piedra a este edificio espiritual. Este va creciendo coordinadamente para ser un templo santo en Él. En este sentido la Iglesia es un edificio inconcluso. Estará terminado tan pronto como la última alma sea salvada dentro de este período de la Iglesia, es decir, el período de la gracia. Entonces el Señor vendrá por su pueblo, es decir, sus redimidos.
Pedro, en su primera epístola, también nos dice algo acerca de la Casa de Dios: “Vosotros también, como piedras vivas, sois (V. M.) edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (cap. 2:5). Los creyentes están descritos como piedras vivas edificadas sobre Cristo, la piedra viva. Se los considera como quienes forman una casa espiritual para ofrecer sacrificios espirituales a Dios.
Hemos señalado anteriormente que el Señor dijo en Mateo 16:18: “Sobre esta roca (Él mismo) edificaré mi Iglesia; y las puertas del hades no prevalecerán contra ella”. Por consiguiente, vemos cómo Cristo ha estado edificando su Casa, la Iglesia, desde el día de Pentecostés hasta este momento. Tal edificación permanece a pesar de todos los asaltos de Satanás a través de siglos de persecuciones y pese a que sigue esforzándose para destruirla. En este edificio vivo y espiritual formado por creyentes verdaderos, Dios ha estado viviendo mediante su Espíritu. Ha sido su casa y templo, su habitación desde que empezó a ser formada cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés (Hechos 2). En oportunidad de escribir a los creyentes de Corinto, Pablo dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16). Colectivamente los creyentes de Corinto eran el templo y la Casa de Dios en aquel lugar, lo que también es verdad para los creyentes de hoy en día, cualquiera sea el sitio en el que se congreguen. En esto, pues, consiste la Casa de Dios. No es un edificio eclesiástico de piedras materiales, como muchos piensan y afirman, sino un edificio espiritual de piedras vivas, o sea, de creyentes en Cristo.
El orden y la responsabilidad
Estos son los principales pensamientos relacionados con la Iglesia como Casa de Dios. Dios es un Dios de orden y, si mora en una casa, esta tiene que estar conforme a su carácter. Por lo tanto, debe estar en orden. Nuestra responsabilidad es de guardarla pura y santa, así como lo declara el salmo 93:5:
La santidad conviene a tu casa, oh Jehová.
De aquí que deba existir disciplina y orden en la Iglesia por ser esta la morada del Dios santo.
El propósito de Pablo al escribir su primera epístola a Timoteo fue para que este y nosotros sepamos cómo debemos conducirnos en “la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente” (1 Timoteo 3:15). Así vemos cuán necesario es que se observe un comportamiento apropiado en la Casa de Dios. Vemos también que ese orden –santidad y disciplina– está relacionado con el hecho de ser nosotros casa y familia de Dios. Estos asuntos los consideraremos en detalle cuando estudiemos el aspecto local de la Iglesia, la cual a veces es denominada la Iglesia visible.
Queremos decir, de paso, que la disciplina está conectada con la Iglesia como Casa de Dios, pero no como Cuerpo de Cristo. El principal pensamiento en cuanto al Cuerpo de Cristo lo constituyen la gracia, la posición y la unión vital con Cristo, siendo Él la Cabeza glorificada. No hay poder humano que pueda quitar o agregar ni un solo miembro de este Cuerpo. Pero en la Casa de Dios uno sí puede ser separado de la comunión mediante un acto de disciplina o de exclusión. La santidad de Dios necesita de tal acción, llegado el caso de que se encuentre un mal serio en la vida de alguno que está en comunión (véase 1 Corintios 5:13).
Dos aspectos de la Casa
Primer aspecto
En las escrituras que hemos venido considerando (Efesios 2 y 1 Pedro 2), tenemos un aspecto de la Casa de Dios como edificio que Cristo está edificando. Solo los creyentes verdaderos son las piedras vivas. Como consecuencia, la Casa resultante es perfecta. En este aspecto la Casa de Dios y el Cuerpo de Cristo tienen la misma extensión. Tanto en la una como en el otro solo hay verdaderos creyentes en Cristo.
Segundo aspecto
En 1 Corintios 3 tenemos otro aspecto de la Casa de Dios, en el cual el hombre es el constructor o colaborador, lo que, por lo tanto, implica responsabilidad y faltas. Aquí leemos:
Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica (v. 9-10).
Luego el apóstol continúa hablando de edificar sobre este fundamento con oro, plata y piedras preciosas, madera, heno, hojarasca y dice que la obra de cada uno, sea cual fuere, será probada por el fuego en el día del juicio. En ese día serán premiadas las obras que hayan permanecido (v. 12-15).
Es evidente que la madera, el heno y la hojarasca no resistirán la prueba del fuego. Por eso no son materiales genuinos, sino que son falsos creyentes añadidos al edificio por mano del hombre. En este aspecto de la Casa de Dios en la tierra, –dado que el hombre es el encargado de edificar– se ve, pues, el fracaso. Como consecuencia de esto, muchas veces inconversos profesantes están mezclados con los verdaderos creyentes.
Al principio, en los tiempos apostólicos, la casa edificada por el hombre correspondía exactamente al Cuerpo de Cristo y a la Casa edificada por Él. Todos los introducidos en la Casa de Dios en la tierra eran creyentes genuinos, ya que el Señor mismo añadía a la Iglesia a aquellos que eran salvos. En este sentido, la Casa de Dios y la Iglesia se correspondían mutuamente en extensión. No obstante, al poco tiempo Simón el mago hizo profesión de ser salvo. Fue bautizado y admitido dentro de los privilegios de la Casa de Dios, la compañía cristiana. Más adelante se hizo patente que era un inconverso y un individuo nada recto delante de Dios (Hechos 8).
Este tal vez fue el primer fracaso y el primer material falso que el hombre dejó introducir en el edificio de Dios (1 Corintios 3:12 fin del versículo). Simón el mago no fue una piedra viva y mucho menos un miembro del Cuerpo de Cristo. De esta manera se halló en la Casa de Dios aquello que no pertenecía al Cuerpo de Cristo. Los dos –Casa y Cuerpo– dejaron de ser coextensivos, es decir, dejaron de ser una misma cosa. La Casa, contrariamente a la voluntad de Dios, llegó a ser más grande que el Cuerpo.
La introducción de materiales no genuinos en la Casa de Dios ha continuado desde los tiempos de Simón el mago hasta hoy. Por eso es muy importante en la actualidad poder distinguir entre los dos aspectos de la Casa de Dios. Ojalá Dios nos ayude a entender que lo que Cristo edificó y está edificando es perfecto. En cambio, lo edificado por el hombre, al hacer uso de varios materiales, es imperfecto y está destinado al fracaso.
Una “casa grande”
Al final de la vida del apóstol Pablo, la Casa de Dios había llegado a ser una “casa grande”. Tenía utensilios de oro y plata para usos honrosos y otros de madera y de barro para usos viles. Si se quería ser utensilio para honra, santificado, útil al Señor, era necesario separarse de los utensilios para deshonra en la casa grande (2 Timoteo 2:20-21). Tal es la casa edificada por el hombre.
Al terminar este apartado, podemos afirmar que:
1. El bautismo de agua –marca exterior de la profesión cristiana– coloca a uno en la Casa de Dios, vista en el segundo aspecto. A esta construcción colabora el hombre y lo edificado puede ser genuino o falso.
2. El bautismo del Espíritu Santo –y solo este bautismo– es el que puede introducir a una persona en el Cuerpo de Cristo, como ya lo hemos visto previamente. Nótese que esto sí es una obra enteramente de Dios y, por lo tanto, perfecta.