El cristiano y el mundo

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (1 Juan 2:15).

¿Debemos salir del mundo?

Antes de terminar quisiera insistir sobre otro punto. Por cierto, no podemos evitar el contacto con el orden de cosas del mundo, pero aquel contacto jamás debe ser el de la comunión: “Porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial?” (2 Corintios 6:14-15).

No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal
(Juan 17:15).

Jesús, que no era de este mundo, padeció en él. Vivió como extranjero; el aislamiento y la tribulación fueron para él cosas vividas y sentidas. Será lo mismo para nosotros en la medida en que sigamos fielmente sus pasos. ¿Cuántos hay entre nosotros, cristianos, que buscan su satisfacción y bienestar en el impío sistema del mundo, encontrándose en él como en su propia casa? ¿Nos sentiríamos como en nuestra propia casa en esta tierra donde Cristo no está? No olvidemos que somos viajeros sin domicilio, peregrinos fatigados y verdaderos extranjeros, si somos de Cristo.

Mientras estemos en el mundo no podemos evitar su contacto. Pero, ¿no ocurre que a veces tenemos contacto con él en numerosos asuntos para los cuales no hay la menor necesidad de ello? No lo tendríamos, sin duda alguna, si llevásemos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús (2 Corintios 4:10).

Numerosas son las tretas y los engaños por los cuales el enemigo seduce a los hombres, incluso a los hijos de Dios: reuniones religiosas, obras de caridad, sociedades fraternales o cofradías, cosas en las cuales la carne puede complacerse y que sustituyen la vida que tenemos en la fe del Hijo de Dios (Gálatas 2:20). Los creyentes del Antiguo Testamento que recibieron el testimonio (llegado hasta nosotros) de haber agradado a Dios, fueron despreciados (Hebreos 11:35-38). Otros han venido a ser “como la escoria del mundo, el deshecho de todos” (1 Corintios 4:13). Todos ellos han tenido su ciudadanía en los cielos. ¡Mas nosotros preferimos ser gente honrada y considerada por este mundo! Nos conformamos demasiado al sistema u orden de cosas del mundo, y por eso no puede haber conflicto entre él y nosotros. El resultado es que somos súbditos desleales de Cristo, quienes evitan la cruz y su oprobio.

Sin embargo, la Palabra de Dios permanece inalterable:

Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución
(2 Timoteo 3:12).

Amados hermanos, hay una senda estrecha. ¡Que el Señor nos ayude a seguirla!

Ya tenemos nuestros pasaportes. Estamos sellados con el Espíritu Santo y solo esperamos la voz de mando para ser arrebatados al encuentro del Señor, en las nubes, y estar siempre con él. ¡Bendita esperanza!