La Iglesia del Dios viviente n°3

El partimiento del pan y la adoración

La mesa del Señor

Hemos visto en 1 Corintios 10:16-17 que el partimiento del pan expresa la comunión de los miembros del cuerpo de Cristo. En este aspecto, el único pan es una figura del cuerpo espiritual. En este mismo capítulo se encuentra el único caso del Nuevo Testamento en el que se emplea la expresión “la Mesa del Señor”, frase que hemos usado varias veces. Proponemos ahora que consideremos esta expresión e inquiramos qué implica y qué es lo que está asociado con ella.

El pan en la mesa es, ante todo, un símbolo del cuerpo del Señor. Pero, como el cuerpo literal es también una figura del cuerpo espiritual, el pan asimismo es una figura del único cuerpo de Cristo, compuesto por todos los creyentes: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo” o, conforme a otra traducción:

Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo (v. 17, V. M.).

Así vemos en este pasaje que el Espíritu Santo asocia la expresión “la Mesa del Señor” con el Cuerpo único y con nuestra comunión unos con otros, como miembros de aquel Cuerpo. En cierto sentido podemos decir que la Cena del Señor y la Mesa del Señor son muy parecidas. Pero, en otro sentido, presentan distintos aspectos de la verdad. La Cena se asocia con el recuerdo individual de la muerte del Señor, mientras que la Mesa del Señor se asocia más con un testimonio público de la unidad del cuerpo de Cristo y de nuestra comunión colectiva. La Mesa habla de la expresión visible de la comunión del único Cuerpo. La base de comunión que Dios tiene para nosotros es la de un solo cuerpo de creyentes; y todo esto se funda sobre la redención por la sangre de Cristo.

En cierto sentido, todos los creyentes están a la Mesa del Señor porque están en el círculo de la comunión del cuerpo de Cristo. Al partir el pan juntos, manifestamos prácticamente esta comunión.

La expresión “la Mesa del Señor” es simbólica y no debe entenderse en un sentido literal. No alude al mueble sobre el cual están el pan y la copa. Habla del principio o de la base sobre la que se celebra la Cena. La base sobre la cual se colocan los creyentes para el partimiento del pan determina el carácter de la Mesa. La Mesa del Señor expresa la comunión con Él y con los miembros de su Cuerpo. Allí su autoridad y sus derechos deben ser reconocidos, y la santidad de su nombre debe ser mantenida.

Si la Mesa del Señor se establece sobre un fundamento diferente al del reconocimiento práctico de la unidad del cuerpo de Cristo, es imposible que tenga el verdadero carácter de su Mesa. De modo que las mesas establecidas de acuerdo con ideas independientes no pueden tener por base la unidad del cuerpo de Cristo ni pueden corresponder a las características de la Mesa del Señor señaladas en 1 Corintios 10. Dondequiera que los principios de la unidad del cuerpo de Cristo no sean reconocidos en la práctica y se adopte una base de comunión establecida por los hombres, allí no se manifiesta la verdad acerca de la Mesa del Señor. En tales circunstancias, aquellas mesas no pueden ser reconocidas como “la Mesa del Señor”. Son, en realidad, mesas de grupos, levantadas sobre bases de comunión ideadas por el hombre. Puede ser que la Cena del Señor sea celebrada allí con reverencia y amor por parte de creyentes agradecidos y sinceros, pero que desconocen las verdades ya mencionadas. Sin embargo, por no manifestarse la unidad del cuerpo de Cristo, no se puede apreciar ni gozar de la verdad acerca de la Mesa del Señor.

Características de la Mesa del Señor

Otras características importantes que deben manifestarse, para que una mesa sea reconocida como la Mesa del Señor, son la santidad y la verdad. Este es el verdadero carácter que da su nombre a la Mesa. (“El que es santo, el que es veraz”, Apocalipsis 3:7, V. M.; “Sed santos porque yo soy santo”, 1 Pedro 1:16). Si, por ejemplo, en una congregación se admiten enseñanzas perversas o no conformes a las Escrituras en lo concerniente a la persona de Cristo, o si los que sostienen y enseñan tales errores doctrinales son recibidos en comunión, el Señor es personalmente atacado y la santidad y la verdad son violadas. ¿Cómo, pues, tal mesa puede ser reconocida como su Mesa? De igual forma, si el mal moral es tolerado en la comunión alrededor de la Mesa, esta no puede ser reconocida como la Mesa del Santo y Verdadero.

Vemos en tales consideraciones que estas dos cosas han de ser mantenidas: la santidad de la Mesa del Señor y la unidad del cuerpo de Cristo. La pureza de las verdades divinas nunca han de ser sacrificadas en vista de mantener la unidad en su Mesa. La más estricta observancia de la verdad y santidad no van a impedir una verdadera unidad. Sin embargo, todo esto tiene que hacerse con un espíritu de gracia, mansedumbre y humildad. De otra manera, el carácter del Señor sería falseado.

Miremos los versículos 18 a 21 de 1 Corintios 10, en los que el principio de comunión se aplica al hecho de comer del altar. (Ya hemos visto que la idea de comunión es la verdad prominente relacionada con la Mesa del Señor). Después de hablar de participar de la Cena del Señor en los versículos 16 y 17, el apóstol dice en el versículo siguiente:

Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar?

Aquí hay un principio importante para nosotros. Comer de un altar o una mesa es expresar comunión y confraternidad con aquel altar o aquella mesa, así como también con los que participan de ese mismo altar. Sentarse a una mesa y comer indica identificación con esa mesa y con lo que representa.

Separarse de manifestaciones idólatras

El apóstol habla luego de los altares de los idólatras y dice: “Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios”. Detrás del ídolo pagano estaba un demonio, y los paganos, sin darse cuenta de ello, traían sus ofrendas a estos demonios. Por consiguiente, era una mesa de demonios. Para un cristiano, el solo hecho de sentarse en la casa de un ídolo y participar de una comida pagana asociada con esas ofrendas, sería aliarse con la mesa de los demonios y estar en comunión con ellos. Algunos de los corintios, sin embargo, creían tener libertad para hacerlo. Por esta razón el versículo 21 dice:

No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.

Es imposible beber la copa del Señor, sometiéndose a todo lo que representa, y luego beber también de la copa de los demonios. Hacer semejante cosa sería asociar la Mesa del Señor con la mesa de los demonios y negar la comunión del Señor. Así el apóstol les mostró a los corintios qué grave sería cualquier asociación con los altares paganos.

Este era el peligro al que estaban expuestos los corintios en los tiempos en que Pablo les escribió. Hoy en día, por lo general, el peligro de asociar la Mesa con los demonios no existe para nosotros. No obstante, el principio que Pablo aplicó en aquel asunto sigue siendo válido en las condiciones presentes. El principio es que el hecho de comer en una mesa expresa la identificación y la comunión con aquella mesa, con lo que la mesa representa y con los que también participan en ella. No estamos rodeados de mesas de demonios como lo estaban los corintios, pero estamos rodeados de muchas mesas de grupos religiosos y sectas; por lo tanto, hay peligro de asociar la Mesa del Señor con principios que contradicen la comunión de su Mesa, principios que pasan por alto o hasta niegan la autoridad del Señor sobre su Mesa.

En resumen, deberíamos darnos cuenta de que, en cualquier lugar en el que participamos de la Cena, al hacerlo expresamos la comunión con la Mesa de ese sitio. Así nos identificamos con la base y los principios que sustentan los que allí se reúnen. Si uno parte el pan con los que se reúnen sobre la base de la unidad del cuerpo de Cristo, buscando expresar prácticamente la verdad de la Mesa del Señor, y más tarde visita a otra congregación que se reúne sobre una base denominacional o independiente, parte el pan con ellos y luego vuelve a la comunión en la Mesa del Señor, actúa de manera inconsecuente. Asocia la Mesa del Señor con principios contrarios. El que esto hace está en el error, aunque lo haga por ignorancia; por eso la necesidad de instrucción en la verdad se hace más que necesaria.

Por lo que hemos visto, el partimiento del pan tiene un alcance más amplio del que los cristianos en general suponen. Sería bueno, por lo tanto, que cada persona considerara las siguientes preguntas: ¿A quién recuerdo en la Cena? ¿Le recuerdo a Él de una manera digna? ¿Con quiénes le recuerdo a Él? ¿Sobre qué base y qué principios le recuerdo a Él?

Al finalizar nuestras meditaciones sobre la Mesa del Señor, deseamos decir que, en vista de la ruina, el fracaso y las divisiones universales de la Iglesia, no conviene que ningún grupo de cristianos pretenda tener la exclusiva posesión de la Mesa del Señor. Por el contrario, nuestros esfuerzos y nuestra preocupación deberían tender a manifestar de manera práctica las verdades simbolizadas por la Mesa del Señor. Asimismo, es preciso que seamos fieles a la comunión en su Mesa. Del Señor es la Mesa y Él cuidará de ella. No la ha dado a ningún determinado grupo de cristianos, pero da a todos los creyentes el privilegio de estar en Su Mesa, con la responsabilidad de portarse de la debida forma. Si se nos preguntase: «¿Dónde está la Mesa del Señor?», bien podríamos responder con las palabras de otro autor, las que nos parecen muy apropiadas:

«La Mesa del Señor está:

–    donde se reúnen creyentes, aun dos o tres, únicamente con el Señor Jesús como centro de reunión;
–    donde no se une el Nombre santo con la iniquidad;
–    donde se mantiene la disciplina que conviene a la casa de Dios;
–    donde se está alerta contra todo principio de independencia (el que quitaría al Señor su autoridad);
–    donde se someten unos a otros con temor de Dios, sin espíritu partidario ni controversias;
–    donde, a la vez, todos los redimidos son recibidos como quienes forman parte de un cuerpo en el Espíritu;
–    donde todos se esfuerzan por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;
–    donde reciben con gozo a todos los que han sido engendrados por Dios, con la única condición de que sean sanos, tanto en el andar como en la doctrina.

Allí, donde hay tales cristianos, está la Mesa del Señor en medio de ellos, a pesar de la ruina común y las imperfecciones que lastimosamente adhieran a su testimonio. Allí, congregados alrededor del Señor Jesús para celebrar juntos la Cena del Señor, se dan cuenta de que son un solo pan y un solo cuerpo con todos los amados del Señor en todo el mundo».