La Iglesia del Dios viviente n°3

El partimiento del pan y la adoración

La iglesia de Jerusalén

En Hechos 1 encontramos un grupo de unos 120 creyentes reunidos en un aposento alto después que el del Señor hubo ascendido al cielo (cap. 1:15). Allí perseveraban unánimes en oración y ruego, esperando el prometido descenso del Espíritu Santo. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió según la promesa, y por un solo Espíritu fueron todos bautizados en un Cuerpo (1 Corintios 12:13). También fueron llenos del Espíritu Santo.

Allí la Iglesia de Dios inició su existencia. Vemos cómo fue formada por el Espíritu Santo la primera asamblea cristiana en una localidad. Si bien en el principio la Iglesia local estaba compuesta enteramente por judíos y las distintas verdades referentes a las esperanzas y el llamamiento de la Iglesia no eran conocidas aún, en muchos aspectos podemos considerar a esta asamblea de Jerusalén como ejemplo o prototipo. Era el principio de la Iglesia y es siempre instructivo volver al origen de las cosas. El Espíritu Santo obró allí tal como se proponía que las cosas en general continuaran en el futuro. Por lo tanto, hay que volver a observar aquel período para aprender la verdad.

En el informe inspirado de Hechos 2 vemos de inmediato que el Espíritu Santo era el Jefe de la asamblea. Los discípulos comenzaron a hablar las maravillas de Dios, según el Espíritu les daba que hablasen. Luego Pedro, estimulado y dirigido por el Espíritu, predicó a la multitud sobre la crucifixión, resurrección y glorificación de Jesús en el cielo, ese mismo Jesús a quien ellos habían rechazado y matado. El Espíritu de Dios usó sus palabras para convencer a los oyentes, lo cual produjo el arrepentimiento para la salvación de sus almas. Luego, los que recibieron su palabra fueron bautizados con agua en el nombre de Jesús. Unos tres mil fueron añadidos a la iglesia original de creyentes convertidos.

Este grupo en su totalidad perseveró “en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. “Tenían en común todas las cosas”. Perseveraban “unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2:42-47).

Características principales

Nos enteramos así de las actividades y reuniones de esta asamblea de Jerusalén, ordenada divinamente. Nos conviene notar algunas de las cosas que caracterizaron su actividad como testigos de Cristo. Estas características fueron enumeradas por el Señor en Hechos 1-8.

1) Estaban todos juntos y perseveraban unánimes en oración y ruego.

2) Fueron bautizados por el Espíritu en un Cuerpo, llenados, dirigidos y capacitados por el Espíritu, tras lo cual testificaban acerca de Cristo Jesús.

3) Al dar testimonio presentaban a Jesucristo, exhortaban a los hombres a que se arrepintieran y proclamaban la remisión de pecados en Su nombre. Así eran activos para predicar el Evangelio de la salvación por Cristo.

4) Los que recibían esta palabra de salvación eran bautizados1 y comenzaron a llevar a cabo la comisión del Señor resucitado (hacer discípulos a todas las naciones y bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo – Mateo 28:19-20).

5) Luego perseveraban en la doctrina de los apóstoles, es decir, la enseñanza que el Señor había dado a los apóstoles, o sea su Palabra. Lo hacían en comunión feliz unos con otros.

6) Partían el pan en las casas, y de esta manera se acordaban del Señor en su muerte, tal como Él lo había pedido (Lucas 22:19-20).

7) También estaban unidos en las actividades ordinarias de la vida. Se repartían sus posesiones y comían juntos con alegría y sencillez de corazón.

8) Perseveraban unánimes en la oración colectiva y tenían favor con todo el pueblo.

Más detalles acerca de esta asamblea de Jerusalén son proporcionados en los siguientes capítulos de los Hechos, pero aquí no podemos ampliar más el tema.

Estas fueron las actividades de la Iglesia primitiva. Que el Señor nos ayude a volver a “lo que era desde el principio” (1 Juan 1:1), así como a guardar la unidad, tanto en los principios como en la práctica. Se puede decir que estas actividades eran la actitud natural de la nueva naturaleza que moraba en estas almas recién nacidas, como resultado de la presencia del Espíritu Santo en ellas. Esta nueva naturaleza tiene hambre y sed de la Palabra de Dios. Anhela la comunión entre unos y otros para gozar de las cosas preciosas de Dios. Desea vivamente expresarse con oración y alabanza a Dios para adorarle y para renovar fuerzas. Desea obedecer a la Palabra de Dios y es movida a compartir con otros lo que posee. Al Espíritu, quien vive en el creyente, le complace guiar a las almas en estas actividades.

Así, estos instintos recién nacidos, desarrollados y reforzados por el Espíritu Santo, crean en las almas el deseo de reunirse unos con otros alrededor del Señor. Así es como comienzan las reuniones para enseñanza, comunión, adoración, oración, proclamación del Evangelio. Hebreos 10:24-25 nos habla de la importancia de reunirse de esta forma y nos exhorta:

Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.

En el principio, la Iglesia se reunió todos los días, pero esto no continuó. Ahora, al ver acercarse el día de la apostasía y la maldad, hay aun más necesidad de que nos reunamos a menudo con nuestros compañeros de fe.

Después de este vistazo sobre las actividades de la primera asamblea de Jerusalén, seguiremos con una consideración detallada de las diferentes reuniones de la asamblea.

En este folleto trataremos las reuniones para el partimiento del pan y la adoración. En el siguiente (n.º 4 de esta serie) nos ocuparemos de las reuniones de oración, de edificación y de evangelización.

  • 1La norma divina en los Hechos muestra que los que fueron salvados fueron bautizados con agua y luego recibidos en el grupo local de creyentes. El bautismo es una señal y un testimonio ante los hombres, por medio del cual se da a entender que uno cree en Cristo y que pertenece a Él. No se puede considerar a alguien públicamente identificado como cristiano si no ha sido bautizado con agua en el nombre del Dios trino. En consecuencia, ninguna persona no bautizada debe ser recibida en comunión para partir el pan en una asamblea. La razón es que el bautismo viene antes de la ordenanza de la Cena.