Aquí empieza la última serie de salmos, en su mayoría de David. Vuelven a relatar la restauración final de Israel desde su servidumbre en medio de las naciones (Salmo 137), a través de su tribulación, hasta la liberación y la alabanza general.
El comienzo del Salmo 137 evoca el cautiverio de Babilonia. ¿Cómo los desdichados deportados habrían podido cantar a pedido del opresor y regocijarse bajo su yugo? No hay alegría para ellos lejos de Jerusalén. Los que les quitaron todo no pueden quitarles el recuerdo. Así, amigos creyentes, extranjeros en un mundo hostil, no hallamos nada en él para nuestros corazones, pero poseemos en Cristo un gozo que nadie nos quita (Juan 16:22). ¡Jamás olvidemos la ciudad celestial!
En el Salmo 138, el fiel, pese a su “humilde condición” (v. 6), canta “con todo su corazón” y se prosterna hacia Jerusalén (v.1-2; comp. con 1Reyes 8:47 y sig.). “Me respondiste” puede decir luego, aunque nada haya cambiado todavía en sus circunstancias. Pero Dios ha aumentado el vigor de su alma (v. 3). Y es esta fuerza la que cuenta para el creyente (Efesios 3:16).
Dios “cumplirá su propósito” en lo que nos concierne (v. 8), no mediante la destrucción de la raza de los malos (final del Salmo 137) sino con el retorno del Señor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"