Los versículos 8 a 21 del capítulo 9 y los 4 primeros del capítulo 10 nos muestran todas las razones por las cuales el furor de Dios hacia Israel no “ha cesado… sino que todavía su mano está extendida”. Y esta mano esgrime una temible vara para castigar al pueblo culpable: es Asiria, la que ya fue nombrada. Existió un asirio histórico (Senaquerib y sus ejércitos: véase cap. 36:1). Pero solo ha sido una figura pálida del terrible asirio profético que invadirá el país de Israel un poco antes del reinado de Cristo. En su indignación, Dios ordenará ese ataque contra su pueblo. Pero el agresor lo tomará como pretexto para atribuirse sus éxitos y aun para elevarse contra Dios (v. 13, 15; comp. 2 Reyes 19:23 y sig.) ¡Qué locura! La herramienta no es nada sin la mano que la maneja. Por esto, cuando haya terminado de servirse de esa vara, Dios le prenderá fuego como se quema a un simple palo (v. 16; cap. 30:31-33).
Aprovechemos ese ejemplo extremo para acordarnos de lo que somos, aun como creyentes: simples instrumentos sin fuerza ni sabiduría propia (comp. v. 13), a los cuales el Señor puede poner a un lado o reemplazar como le agrade. El pensamiento final de Dios no es el juicio sino la gracia: “el remanente volverá” (v. 21-22, citados en Romanos 9:27).
La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de espíritu sustenta la honra
(Proverbios 11:2; 29:23).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"